Nueve

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El más inquieto de todos era, posiblemente, Ayato. Sus demás hermanos estaban disgustados, por supuesto, pero el que más hablaba al respecto y se quejaba con ganas era el pelirrojo.

Realmente no podía creer que su presa hubiera escapado sin dejar rastro. Claro, para él Yui había escapado y no se había perdido porque, a pesar de que él «sabía» (en realidad solamente creía saber) que la chica era una tonta, su mente no dejaba de repetir una y otra vez la idea de que le había abandonado porque, quizás, solo quería desafiarlo.

Sí, así de ridícula era su manera de pensar.

Pero en ese momento no podía quejarse más de lo que ya lo había hecho, pues sabía que sería reprendido severamente si lo hacía. Karlheinz ejercía ese efecto en sus hijos, no importaba el momento; incluso Subaru no tenía ganas de desafiarlo o ponerse grosero, aunque todos, absolutamente todos, miraban a su padre con veneno.

El hombre no había dicho palabra alguna desde que había llegado, pero era suficiente con ver su rostro que no estaba nada contento. Tal era así que se sentía la tensión asfixiante en el ambiente. Finalmente, después de unos eternos minutos, el hombre habló.

—Así que dicen que huyó —dijo con un toque que hizo que Ayato frunciera el ceño porque había sentido que lo había llamado indirectamente estúpido—. Una chica humana que se inclinaba totalmente a la sumisión, huyó.

—Desapareció —respondió Reiji con voz firme y clara, aunque en el fondo tampoco quería hacer enojar a su padre—. Su aroma se esfumó por completo al igual que su presencia, después de que los lobos atacaran, ella pareció ingresar en el bosque, pero de un momento a otro, toda su esencia desapareció.

—Como si se la hubiera tragado la tierra —confirmó Laito con ese toque burlón, aunque con mucha precaución de no sonar demasiado burlesco como para que la paciencia del hombre se tambaleara.

El hombre paseó su mirada entre los seis chicos, tomándose su tiempo para apreciar las expresiones de cada uno y la manera en la que algunos (Ayato y Subaru) desviaban la mirada, miraban al vacío (Kanato), le devolvían la mirada (Laito y Reiji) o simplemente estaban ahí (Shuu).

—Así que, en lugar de cuidar su única fuente de alimento, cedieron ante las provocaciones de unos insignificantes lobos.

La manera en que lo dijo hizo gruñir a Ayato, Kanato y Subaru, incluso Reiji fulminó a su padre con la mirada; definitivamente los estaba llamando estúpidos e inmaduros, como si él hubiera estado presente y aquella pelea con los lobos de los Fundadores hubiera sido un paseo en el jardín.

—¿Qué es lo que sugieres, entonces? —Interrumpiendo la pelea de miradas y las notorias ganas de sus demás hermanos por lanzarse encima de su padre, Shuu se incorporó en el sofá en el que se había acostado y se llevó la mano a la cabeza, entrelazando sus dedos con su cabello.

El hombre solamente giró un poco la cabeza hacia la izquierda y miró distraídamente tras de sí, como si estuviera escuchando algo, pero en realidad solamente parecía aburrido. Aburrido de las tonterías de sus hijos.

—¿No es obvio? Búsquenla —respondió sin interés—. Por algo ella fue enviada aquí, no puedo creer que hayan sido tan irresponsables como para perderle el rastro. Salgan y busquen por todos lados, tiene que aparecer, ¿no?

Ayato había tenido la ligera esperanza —aunque no lo admitiría— de que el hombre pudiera hacer algo al respecto para traer de vuelta a la rubia, pero parecía que no estaba dispuesto a hacerlo.

(...)

Cuando el hombre salió y volvió a entrar en el coche que lo había trasladado hasta la mansión Sakamaki, esperó hasta que el auto hubiera avanzado una distancia considerable como para voltear a ver al joven sentado a su lado, que tampoco había emitido palabra alguna.

Imperium [Diabolik Lovers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora