Capítulo 2

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Tae temblaba de ira y de otra emoción que no podía definir.

–Yo diría que es a usted a quien le ha faltado por mucho tiempo la compañía de seres civilizados, señor Jeon.

–Tiene razón –repuso él sin expresión de ninguna clase.– Lo cual me hace aún menos caballero que cuando empecé. Pruébeme un poco más y verá hasta qué punto. ¿Va a subir o qué?

Kim se adelantó sin decir palabra y se deslizó en el asiento, permaneciendo rígido en su lugar, mientras se dirigían hacia la entrada principal. Por un momento su mente parecía adormecida por completo. Y quizá eso fuera una bendición. No quería pensar en lo que iba a hacer; al menos aún no. No hasta que se encontrara lejos de aquel lugar y de aquel hombre. ¡Lo más lejos posible!

Pero un momento después miraba con horror al terreno vacío donde su taxi había permanecido hasta hacía poco rato. Saltó del coche y corrió en dirección a la cerca, mirando muy fijo hacia el camino, como tratando de hacer que regresara el otro vehículo, a base de fuerza de voluntad.

–Le dije que esperara –gritó.– ¡Le dije que esperara!

Jeon Jungkook cruzó unas palabras con el guarda y luego se acercó a él alzando los hombros.

–Parece que no le dio la orden con suficiente firmeza. Se marchó en cuanto nosotros lo hicimos. ¿Le pagó antes de salir de la ciudad?

–Sí. Insistió en que así fuera –se apoyó débilmente contra la barrera, sin saber qué decir o hacer.– Parece que voy a tener que pedir pasaje en alguno de sus camiones –dijo al fin, aunque le costó trabajo hacerlo. Se obligó a mirarle a los ojos.– Lo siento si va contra las reglas.

–No es así –su voz sonó libre de emoción.– Sólo que no habrá nada hasta mañana.

–¿Cómo que no? –la furia apareció de nuevo, surgiendo casi como un mecanismo de defensa.– Si piensa que voy a pasar la noche en este... en este agujero, está muy equivocado.

–Pues no tiene mucho para escoger –respondió él– a menos que prefiera pasarla al raso. Y no se haga la idea de que estoy relamiéndome de gusto ante la situación.

–¡Ah sí, sus hombres! –el sarcasmo era evidente en sus palabras.– ¿Cómo me va a mantener a salvo hasta la mañana, señor Jeon?

–Pues podría esconderlo debajo de mi cama –la burla hizo que su labio se torciera mientras el contrario se sonrojaba.– No se siente tan seguro como aparenta, ¿verdad? Pero no se preocupe. No tengo ningún interés en usted. Prefiero que mis parejas conozcan las verdades de la vida –ignorando el gesto de él, se dirigió de nuevo hacia el coche.– Tendrá que pasar la noche en el club. Es el único lugar en donde creo poder encontrarle una cama decente –los ojos grises le observaron con detenimiento.– Pero trate de recordar que nuestros trabajadores nunca asistieron a la escuela pública y como tal se comportan. No quiero decir que se vaya a encontrar en grave peligro, pero un movimiento de caderas, en el momento equivocado, podría colocarlo en una situación que mejor sería evitar.

–¡Yo no muevo las caderas! –exclamó él,  furioso y de inmediato se sintió como un estúpido. Regresó al coche en silencio consciente de que el desprecio de su silencio en aquel momento era lo más adecuado.

Esa vez tomaron el camino que salía hacia la izquierda de la entrada; rodearon una colina cercana y descendieron entre los árboles hasta un claro en el que se veían varios edificios de ladrillo. El club era el más grande y bajo, situado hacia el fondo. Había varios hombres descansando en sillas de lona, diseminadas sobre el césped.  La mayoría de ellos, notó Kim, con vasos en la mano. Hubo una especie de pausa en la conversación cuando descendió con torpeza del coche, y enseguida brotó un largo silbido, que hizo aparecer el color en sus mejillas, muy a pesar suyo.

Corazón de piedra • kvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora