Capítulo 13

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Ordenó a Patrick que preparara una ducha fría y, mientras, se dirigió al dormitorio para sacar ropa limpia. La sucia que había echado en la cesta que había detrás de la puerta ya había desaparecido.
Tae echó a un lado los pantalones y la camisa de algodón que acababa de quitarse, escogió la ropa
que se pondría para el almuerzo y se envolvió en la bata azul, dirigiéndose a la ducha. Patrick no se había olvidado poner una toalla limpia. Ésta colgaba de un clavo en la parte de fuera del pequeño cubículo.

Tae entró y cerró con pestillo la puerta de bambú y, despojándose de la bata, la sacó por una rendija y la colgó junto con la toalla. Comenzaba a recogerse el pelo bajo el gorro de baño cuando Jungkook salió de la cocina al porche y, deteniéndose junto al barandal, observó las hierbas que crecían en el claro que separaba la casa de la selva.

–Podríamos muy bien utilizar un lanzallamas para controlar su crecimiento –dijo como buscando iniciar una conversación.– Cortarlos es inútil en un clima como éste, sobre todo en esta época del año.– Miró en dirección del baño al no recibir respuesta.– Date prisa. Prometí a Nam estar con él en media hora.

Lo hace todo a propósito para desconcertarme, pensó él. Pues bien, no iba a darle aquella satisfacción. Terminó de acomodar su pelo y tiró de la cuerda que hacía fluir el agua. Cuando hubo terminado, sacó la mano y tomó la toalla, frotándose lentamente para evitar que el sudor brotara de nuevo. Estaba a punto de cambiar la toalla por su bata cuando sintió que algo se movía a sus pies. Taehyung sintió cómo el terror se apoderaba de él al descubrir un escorpión que se aferraba al extremo de la tela. No tenía ni idea de dónde había salido. Pero ahora aquello no importaba. Lo importante era hacer algo.
Por fin pudo hablar en voz baja y trémula:

–¡Jungkook! Hay un escorpión aquí

–Bueno, no te pelees con él –aconsejó sin darle mayor importancia.– Sal de ahí.

–No puedo. Está sobre sobre mi toalla.

Jungkook reaccionó.

–¿Dónde?

–Cerca del suelo. No se mueve, pero está ahí.

Jungkook se acercó rápidamente.

–Quita el pestillo de la puerta. Hazlo muy despacio porque se mueven como rayos.

Tae obedeció sin titubear y movió el pestillo encontrándolo por instinto, ya que no se atrevía a apartar los ojos de aquel horrible insecto tan cerca de su pie desnudo. Jungkook abrió la puerta con lentitud, cuidando de evitar la entrada súbita de luz. En cuanto vio al insecto entró en acción, haciéndolo volar de una patada que pasó a escasos mm del dedo de Taehyung. Él se lanzó hacia el otro y lo abrazó sin vergüenza, olvidándolo todo en aquel momento, excepto lo que acababa de pasar. Sólo la sensación de la mejilla áspera contra su piel lo hizo volver a la realidad. Con el rostro encendido, se envolvió en la toalla y volvió a la realidad, se apartó del hombre cuyos brazos hacía un instante lo habían sostenido, viendo cómo aparecía una sonrisa en los labios contrarios.

–La vida y la honra, ambas a salvo –dijo él, burlón.– No te preocupes, no voy a aprovecharme de tu gratitud. Más vale que te vistas mientras me deshago de nuestro amigo.

Taehyung corrió al dormitorio y sintió deseos de atrancar la puerta con una silla, pero se contuvo. Estaba temblando de pies a cabeza, sólo que esta vez era disgusto consigo mismo por su debilidad. Odiaba a Jeon Jungkook con todas sus fuerzas. Sin embargo, hacía un momento se había lanzado a sus brazos en busca de protección. Y todo por un incidente que hubiera podido resolver solo de no haber sido por el pánico. En realidad, nunca había estado en gran peligro. La toalla lo había protegido. Jungkook seguramente se había dado cuenta, pero no quiso perder la oportunidad de burlarse de él.

El almuerzo en el club resultó otra odisea, pero logró llegar hasta el fin. Se preguntaba cuánto tiempo tardarían los demás hombres en aceptar su presencia como algo rutinario en la mina, sin que toda actividad tuviera que detenerse al entrar él en cualquier recinto.

Nam habló, durante todo el tiempo, sobre las nuevas medidas de seguridad contra los efectos de las lluvias que se aproximaban. La tormenta de la noche anterior no les había alcanzado, pero aquel día el cielo aparecía densamente cubierto y varias nubes negras comenzaban a formarse en el horizonte. Tae no quería ni pensar cómo sería aquello en plena temporada de lluvias. Una opresión insoportable y un olor a vegetación podrida por todas partes. Iba a necesitar botas y un impermeable, a menos que quisiera pasar la mayor parte del tiempo confinado en la casa.
Con un poco de horror, se dio cuenta de cómo aceptaba ya su posición allí, haciendo planes para el futuro. En sólo un par de días, Jungkook había logrado sojuzgar su brioso espíritu, hasta el punto de que ya empezaba a dejarse dominar y aceptar el derecho de él a retenerlo allí. Pero algún día se vengaría de todo cuanto le estaba haciendo, se juró a sí mismo. Ya le pagaría por cada minuto que estaba obligado a pasar junto a él.
Uno de los camareros vino a decirle a Jungkook que le llamaban por teléfono.
Una vez solo con Nam, Tae preguntó:

–¿Cree que podría enseñarme a jugar al billar algún día?

–Lo haré con gusto, siempre y cuando...

–Siempre y cuando cuente con la aprobación de Jeon. ¿Hay alguna razón por la cual no pueda ser sin su permiso?

–Puede que no le guste la idea de que venga al club sin él. Tampoco me gustaría mucho a mí. ¿Recuerda lo que ocurrió la primera noche?

–Eso fue antes de que me convirtiera en propiedad exclusiva de un hombre –respondió él en voz baja.– Nadie va a comenzar una pelea por la pareja de Jeon Jungkook, a menos que quiera perder el puesto. Yo lo sé, usted lo sabe y ellos lo saben, así pues ¿cuál es el problema?

Nam apuntó hacia Jungkook por encima del hombro.

–Ahí está el problema. Y no lo critico por ello. Si yo tuviera una pareja como usted y en un lugar como éste, no se la confiaría ni a mi mejor amigo.

–No parece tener muy buena opinión de mí.

Él lo miró desconcertado por un momento. Luego alzó la vista.

–He querido decir que no confiaría en el amigo.

–¿Hace mucho que conoce a Jungkook? –preguntó Tae como por casualidad.

–Nos conocimos en Dakar hace algunos años. Él trabajaba en Mauritania en aquella época y yo iba de un trabajo a otro. Regresé a Inglaterra por un tiempo pero no me pude acostumbrar y luego esta compañía me contrató. Kook ya estaba aquí cuando llegué hace un par de años.

–Lo estima mucho, ¿verdad, Nam?

Éste tardó un momento en responder:

–Digamos que es un hombre en quien se puede confiar en un apuro. Hubo una vez –se detuvo, sacudió la cabeza y sacó un cigarro.– Olvídelo. No creo que le guste que se lo cuente.

Tae no insistió en que terminara la historia. Algo en su interior se negaba a escucharla. Nam tenía una imagen del hombre con el cual se había casado y él otra muy diferente; era mejor que permaneciera así.

Alzó la vista por encima del hombro de Nam y vio a Jungkook, quien hablaba por teléfono junto a la pared del corredor. Tenía un pie apoyado sobre una silla y el codo en la rodilla. Visto de perfil, sus facciones parecían talladas en roca viva y por un escultor más interesado en ángulos y planos que en la belleza estética. No era un rostro hermoso, pero sí llamaba la atención. Lo veía como era. Un hombre de hierro, duro, indestructible. Sin lugar a dudas, para algunas personas aquella combinación resultaría excitante y hasta irresistible, pero él no era una de ésas. Lo que quería era encontrar la manera de romper aquella coraza y herirlo tan profundamente que llevara las cicatrices por el resto de sus días.
Fue entonces cuando la idea le vino a la mente. Tiempo atrás un hombre había logrado herirlo, aunque el otro trataba de olvidarlo.

Suponiendo que pudiera hacer que se enamorara de él, ¿no le daría aquello la mejor de las armas? ¿Y por qué no? Cierto que sería algo muy difícil de lograr, pero al menos ya tenía alguna ventaja en cuanto a sus atractivos y, con certeza, nada que perder.

¡Qué tremenda venganza sería aquella!

Corazón de piedra • kvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora