Capítulo 4

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La lluvia llegó con violencia, después de la media noche, como ráfagas de ametralladora contra el techo de zinc del club.

Taehyung yacía bañado en sudor, incapaz de conciliar el sueño. Se había untado calamina sobre la erupción de la cintura y esto lo alivió mucho. Pero ahora la erupción volvió a brotar y tuvo que abandonar el lecho para aplicarse más loción.

Ningún otro ruido podía oírse por encima del rugido de la lluvia. A solas en la pequeña habitación, se sentía aislado y vulnerable, aun cuando la puerta se encontraba perfectamente cerrada.

Al fin, exhausto, se quedó dormido y no despertó hasta el amanecer.

Tal como se lo prometieran, el desayuno llegó a las 6:30. A las 7:00, cuando estaba listo para salir, el sol evaporaba ya el agua del suelo en una niebla caliente y la temperatura subía con rapidez. Consciente de su aspecto cansado y de lo arrugado de sus ropas después de dos días de uso continuo, Tae salió al encuentro de Jungkook, que le esperaba en el club y respondió a su breve saludo con uno más breve aún.

El coche se encontraba afuera, listo para partir, sólo que ahora no había nadie mirándolo mientras se acomodaba en el asiento. Jungkook puso el vehículo en marcha sin hablar y se dirigió hacia la entrada principal. Con su camisa de algodón y pantalones claros, se le veía algo fuera de lugar. Pero Kim sospechó que sobresaldría de igual forma en cualquier parte. Un hombre como Jeon Jungkook pertenecía a su propia categoría y hubiese sido absurdo no reconocerlo.

Detuvo el coche un par de minutos junto a la entrada, para decir algo al guardia de turno. Enseguida reanudaron la marcha, tomando el camino de la montaña en dirección al final de la excavación.

Taehyung saltó asustado al escuchar una fuerte explosión detrás de él, pero Jungkook no se alteró.

–Estamos dinamitando de nuevo –dijo a manera de explicación.– Es la forma más rápida de extraer el mineral –volvió la vista hacia él.– ¿Todavía piensa igual?

–Por supuesto –dijo con más firmeza de la que en realidad sentía.

Ahora que el momento se acercaba empezaba a desear que lo dejara en su hotel, solo.

Tenía la seguridad de que Jungkook insistiría en acompañarlo hasta que hablara con Bogum, aunque sólo fuera para poder decir: “se lo advertí”, lo cual significaría
que tendría que admitir su derrota. Pero ni siquiera había visto a Bogum y mucho menos escuchado su versión de la historia.

Hasta que esto no sucediera, no habría planes de ningún tipo.

El viaje de regreso a Freetown lo hizo en menos tiempo de lo que había tardado en el de ida en el vetusto taxi, y pronto pasaron de las áridas tierras de la planicie a las verdes plantaciones semiocultas en la sombra de grandes árboles de mangos. En cada pueblo aparecía siempre la misma iglesia, muy pequeñita, construida con ladrillos color rosa, en estilo gótico y con ventanas cubiertas de vidrios azules y rojos. Todo el conjunto, por lo general, enmarcado
por brillantes flores de bugambilias. Y por todas partes la exuberante vegetación, como una marea verde esperando la oportunidad de cubrirlo todo.

Más adelante, apareció la majestuosa vista de la bahía y el mar, así como techos anidados al pie de la montaña y extendiéndose hacia el sur.

El pueblo era alegre y lleno de colorido, con las calles llenas de gente y una humedad aplastante. Por fin, Jungkook detuvo el auto en una callejuela que venía del puerto y en la cual las casas apenas distaban un par de metros unas de otras.

–Aquí es… por lo menos mientras le dure el dinero –dijo él con un tono de cinismo.– Y no suele durar mucho en esta parte del mundo –rodeó el auto y abrió la portezuela.– Lo llevaré dentro. De otra manera nunca logrará enfrentarse a Irene con éxito.

Kim se deslizó del asiento con pasos temblorosos, casi deseando haber seguido el consejo de Jungkook de olvidarlo todo y regresar a casa. Algunos chiquillos negros los miraban con curiosidad mientras se encaminaban hacia una de las casas. Kim les sonrió y fue recompensado con la vista de dentaduras blancas como la leche. Sin llamar, Jungkook abrió la puerta y lo introdujo en un oscuro pasillo lleno de un extraño olor a especias.

Sin previo aviso, una mujer joven apareció al final del pasillo, bloqueando el camino en actitud desafiante y con las manos apoyadas sobre sus opulentas caderas. Tendría más o menos veinticinco años y con todos los rasgos típicos de las bellezas criollas de la zona.

Aros de oro brillaban en sus orejas y alrededor de sus muñecas, y un cinturón también incrustado de oro ceñía la cintura de su vistoso traje color naranja.

–¿Por qué venir tú aquí otra vez? –preguntó en inglés, pero con un fuerte acento local. Sus ojos se clavaron primero en Jungkook y luego recorrieron la figura de Kim.– ¿Y por qué traer a esta persona?

–¿Dónde está él? –preguntó Jeon ignorando las preguntas.

–No está aquí. ¡Marchar! –su voz sonaba ahora más aguda y todo su cuerpo estaba en tensión.– Tú traer problemas para Bogum. Siempre que vienes, haber problemas para él.

–Aún no sabe lo que son problemas –dijo Jeon, avanzando hacia ella.– ¿Está arriba?

–¡Tú no ir allá! –se interpuso en su camino al pie de la escalera.– Él no quiere verte.

–Tampoco yo quiero verle a él… pero este jovencito sí. ¿Vas a buscarlo o voy yo?

–¿Irene? –la voz vino del piso superior.– ¿Sucede algo? ¿Quién está ahí?

–Soy yo, Jeon Jungkook. Tengo a tu prometido aquí conmigo. ¿Bajas o subo con él?

Hubo un momento de silencio. Kim permaneció inmóvil, recostado contra la
pared. Odiaba a Jungkook por la forma que había anunciado su presencia, se odiaba
a sí mismo por haber ido allí y deseaba que todo acabara de una u otra forma lo antes posible.

Hubo un movimiento en lo alto de la escalera y un hombre apareció con pasos lentos, agachando la cabeza para evitar golpearse contra el techo, muy bajo. La última vez que Kim había visto a Bogum, éste llevaba un elegante traje y su pelo iba muy bien cortado. A primera vista, el hombre que tenía enfrente, ahora, en nada se parecía al que recordaba. Usaba un par de pantalones arrugados y llevaba la camisa abierta hasta la cintura. El pelo rubio, largo y desarreglado, hacía que su cara se viera más delgada y los ojos azules, que siempre le habían mirado directamente, ahora esquivaron los suyos después del primer momento de sorpresa.

–Hola, Bogum –logró al fin decir Kim.– Siento… siento mucho llegar así, de improviso.

Corazón de piedra • kvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora