Dakota Beaumont.
Cuando entré a la preparatoria, descubrí muchas cosas. Descubrí que la profesora de arte salía veinte minutos alrededor de las diez y quince para darse un polvo con el instructor de física; puesto que en esos veinte minutos el director iba a buscar su almuerzo. Descubrí que, quieras o no, existía una jerarquía en aquellos pasillos en la que o sobrevives o no. Descubrí que era prácticamente fácil copiarse en los exámenes de álgebra puesto que el profesor sufría de ceguera crónica; que la carne de las hamburguesas en la cafetería era de venado porque costaba un par de libras menos.
Y que Dean era extremadamente importante para mí.
Mi historia comenzaba de una manera un poco particular. Cuando yo, Dakota Beaumont, una adolescente francesa de diecisiete años, me encontraba sentada en el retrete del baño vaciando mis necesidades.
Se podría decir que era una de esas adictas a sus móviles; por lo cuál, donde yo fuera, mi móvil viajaba conmigo. Lo escuche vibrar en la tapa del urinario y, sin esperar demasiado tiempo, lo tome mirando como se apreciaba un nuevo mensaje en mi buzón.
--¿Sabes de qué me di cuenta hoy? De que faltan menos de veinticuatro horas para que al fin seas mayor de edad y no sea ilegal que salga contigo.
Esa era la voz de Dean.
Un exagerado en potencia si tomamos en cuenta que solo nos llevamos un año. Ni más, ni menos. Una sonrisa se extendió por mi rostro haciendo notar mis blancos dientes. Puse mi cabello detrás de mi oreja y conteste el mensaje con un emoticón de un pulgar arriba.
Dean Hardin era mi novio desde hacía un par de años. Cada mañana lograba sacarme una sonrisa y, para desgracia mía, nunca me enteraba de como lograba aquello. Hacía que mis días grises se convirtieran en una paleta llena de colores vivos e infinitos.
-Oye, ¡sal de allí!-escuché gritar a mi hermano menor, Jamie.
Bajé la palanca del retrete, me lave las manos, subí mi ropa y tome mi móvil para caminar en dirección a mi habitación. Me coloqué el uniforme del instituto: Falda azul color negro un par de dedos arriba de la rodilla, camisa blanca de botones donde en el cuello usaba un listón rojo--Sí, como si fuese un regalo--, botas de tacón negras y rojas y medias larguísimas cubriendo mis rodillas color blanco. Dejé mi cabello suelto esperando que, de esta manera, pudiera enmarcar mi rostro.
-¡No, déjame!-Grité, viendo como Dean alzaba mi cuerpo sobre su hombro y me cargaba como si de un saco de papas se tratase.
Obtuve una magnífica vista de su trasero de esta manera.
Dean puso su dedo índice sobre sus labios haciendo un gesto para que me callara. Entramos juntos al armario del conserje y, sin haberme avisado previamente, posó sus labios sobre los míos haciendo que mi mundo girase por completo. Su mano se encontraba en mi cintura y la otra hacía pequeños círculos en mi brazo. Escondí mi mano en su cabello castaño tirando al rubio y cerré los ojos, disfrutando del momento.
Su lengua se movía ágilmente al igual que sus manos. Sus labios danzaban sobre los míos que ya de seguro se encontraban rojos e inflamados. Su mano se desvió de mi cintura y fue bajando por mi espalda hasta llegar a mi trasero. Di un pequeño manotazo en su pecho antes de apartarlo riendo.
-¡Oye! Aquí no.-musite para luego dar un casto beso en sus labios mirando sus profundos y vivaces ojos azules.
-Estás hermosa hoy.
-Eso siempre lo dices.
-Siempre digo la verdad.
Solté una corta risa antes de apoyar mi cabeza de su pecho y sentir como me abrazaba. Era un abrazo inocente, sin segundas intenciones.
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Los rastros que dejó
Mystery / Thriller¿Quién era Dean Hardin en realidad? Dean era el capitán del equipo de hockey. Dean era el alumno número uno en cada asignatura. Dean era un bromista sin causa. Un músico oculto. Dean era la paleta de colores que alejaba la monocromía de mi vida. Un...