Cap.34

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Con él.

Dakota Beaumont.

Había lavado mi cabello poco después de las siete de la noche. El cielo se encontraba vacío, sin el ápice de una estrella dispuesta a adornarlo. Mastico mi goma de mascar mientras camino hasta la cocina del yate donde el Chef especializado preparaba la cena para nuestros inquilinos. Robé una porción de queso rebanado  ganándome una mirada asesina de Patrick.

--¿Qué te he dicho sobre meter tus manos en mi comida?

Me encogí de hombros--Es algo que no me puedes pedir. Tu comida es deliciosa.

Rodó los ojos--Sabes como ablandar mi corazón, niña.

Sonreí y dejé a Patrick en la tranquilidad de su cocina para caminar hasta el exterior de yate, tomando en cuenta que ninguno de los tres clientes se encontraban allí. Posé mis manos en las barandas que daban acceso seguro a la vista del mar oscuro y el cielo vacío.

Mis hombros se relajaron, mis fosas nasales se plegaron con el característico olor de la playa. Del mar.

--Guo. Sé que se siente horrible tener un corazón roto pero no es para tanto, suicida.

Di una minúscula vuelta para observar como Drake Evans caminaba por la borda como si el lugar le perteneciera.

--Escucha, eres el cliente del yate, y yo no puedo ser grosera contigo. Así que te recomiendo sacar tu trasero de aquí antes de que te patee con fuerza y empuje tu cuerpo por la borda.

Una sonrisa se extendió por su rostro angelical. Cruzó sus brazos a la altura de su pecho y chasqueó la lengua--¿Ése es tu concepto de no ser grosera?

--Es mi concepto de no me agradas.

Drake ignoró olímpicamente mis palabras y caminó para sentarse a mi lado en uno de los espacios disponibles. Relajó su cuerpo, inhalando y soltando el aire contenido en sus pulmones.

--Eh...me gusta estar sola. Capta la indirecta.

--Pequeño tiburón, no planeo dejarte sola. Te dije que olvidarías a ése chico y es lo que planeo hacer. ¿Captas la indirecta?

Bufé.

Las siguientes horas transcurridas en la mañana, Drake fue ése perro que te persigue en las calles buscando tu atención. La diferencia allí era que un perro hubiera ganado mi cariño y amor de manera instantánea, en su lugar Drake había pasado de ser un canino a una mosca molesta que hablaba sin parar y dejaba sus pisadas a centímetros de mí.

Mantuve un poco de paz cuando sirvieron el almuerzo, entonces los extraños miembros de su familia se sentaron a la mesa. Fue la primera vez en el día que había visto a Drake con la boca cerrada, y no precisamente por estar ingiriendo alimentos. En la mesa sólo se encontraban el castaño, a su frente un hombre que cursaba sus cuarenta, en camino a los cincuenta y una chica que debía alcanzar los veinticinco, y estoy exagerando. Rubia, de cintura pequeña y enormes pechos que no despegaba sus labios del rostro del vejestorio.

Poco duró mi felicidad puesto que, al terminar el almuerzo, cuando me dirigía a mi camarote personal, Drake hizo aparición con una nueva sonrisa en su rostro.

-- Sé que me extrañaste. Pero ya volví.

Sonreí falsamente--Creo que aún no te extraño lo suficiente. ¿Por qué no regresas en el año tres mil? Creo que podré verte para ése entonces.

--Meh. Prefiero estar aquí contigo.

Una sonrisa extrañada se formó en mi rostro--Y aún no comprendo la razón si simplemente escupo sobre tus zapatos.

Los rastros que dejóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora