Capítulo XXXII

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–Naranja atardecer –dijo Gerard mientras se vestía con unos Jeans malgastados, listo para salir de ese aséptico hospital. 
–¿Qué? –como ya era usual en las últimas horas, estaba distraída. Si, pensando en Carlos. 
–Quiero que nuestro hijo o hija tenga su cuarto de color naranja atardecer, no un naranja chillón, ni uno muy opaco. ¿Crees que le guste si es niño? Imagínate, tener el atardecer las 24 horas del día… 
–¿Por qué piensas en eso? Ni siquiera has salido del hospital, y yo no quiero hijos por el momento –sin notarlo, estaba siendo la persona más cruel del mundo. Pero, ¿qué más podía hacer? Mis labios ya habían dicho las palabras, ya me era imposible retirarlas. 
–No hablaba de tener hijos ahora, de todos modos… –su voz se apagó en un susurro mezclado con algo más. ¿Llanto atragantado? 
–Lo siento, de verdad –miraba al suelo, hacia los converse en sus pies. Antes de poder decir otra palabra, Carlos entró en la habitación con su bata blanca de doctor y una carpeta de apuntes en sus manos, me sonrió al verme. 
–Vine a ver a mi paciente estrella –dice al entrar–. ¿Listo para irte de este infierno? 
–Listísimo –responde él, con una euforia que no tenía hace 5 segundos. 
–Hace un par de días hablé con Ashley, sobre salir a cenar. Una cita doble, si prefieres llamarlo así. ¿Qué les parece esta noche? –preguntó a nadie en específico. Gerard me miró, buscando respuestas pero yo no hacía más que titubear. 
–Claro, nos parece bien –logré decir al fin. Los siguientes minutos se enfocaron en intercambiar números telefónicos, la ubicación del restaurante y la hora de la cena. Comida italiana, que emoción. Carlos se va, dejándome a solas con Gerard y su ánimo decadente. 
Al salir del hospital hice mi mejor intento de aligerar el ambiente: 
–Naranja atardecer estará perfecto –sonrío para afirmar la sugerencia y funciona, su gesto cambia radicalmente y me besa en los labios, un beso rápido pero lleno de amor contenido. 
Llegamos al restaurante asignado, en una avenida muy concurrida y nos sentamos en nuestra mesa asignada. Fuimos los primeros en llegar, ambos muy elegantes. Él con un traje negro y corbata; yo con un vestido color ciruela que llegaba a mis rodillas, el cual recibió muchos elogios por parte de él. 
Nos sorprendimos bastante al ver a varios adolescentes fanáticos de My Chemical Romance, pidiendo por autógrafos o fotos con él. La banda era todo un éxito. 
Pocos minutos después, Carlos y su novia –una chica un poco mayor que yo– llegaron y se sentaron frente a nosotros. Era algo bizarro ver cómo la chica moría de amor por él, mientras que él se empeñaba en apartarla de su lado con codazos maleducados. Me pregunté si esa loca sería yo si hubiera ido esa tarde. ¡No! No puedo permitirme pensar así, con tantos sentimientos encontrados. La cena transcurrió con pláticas animadas sobre el trabajo de ambos, los planes para la carrera de Gerard y la banda y hasta mis planes de volver a Jersey. La chica –llamada Manuela– no dijo ni una sola palabra en toda la cena, y eso me ponía enferma. 
–Disculpen, iré al tocador –me excusé, solamente necesitaba aire puro que respirar sin las constantes risas o preguntas de ellas. Salí del restaurante y el frío de la ciudad de azotó enseguida, sin embargo, no tenía ganas de entrar de nuevo. No por un rato. 
–Así que estabas aquí… todos nos estábamos preguntando si huirías –Carlos salió y se situó a mi lado, incomodándome. 
–Necesitaba aire, en un momento entraré. 
–¿Sabes? Ese día esperé por horas, hasta que por fin me di por vencido y supe que no irías. Y luego, al día siguiente, tuve que volver a New York. Ya sabes, era mi graduación, y de verdad quería que estuvieras conmigo. 
–¿Esa chica de verdad es tu novia? No lo parece… –por la manera en la que movería la cola, si tuviera, si tú se lo pedirías. 
–Ella no tiene a nadie más, se aferra a mí como si fuera su única salvación y puede ser tedioso –se encogió de hombros y lo supe: Manuela era una especie de juguete retorcido para él–. ¿Por qué no fuiste? 
–Mis propios problemas eran suficientes, y ese fue el día que conocí a Gerard… –dije en un susurro, no había razón alguna para sentirme aturdida, pero no lo podía controlar. De verdad debía estar haciendo mucho frío, pues comencé a temblar. Pero estaba casi segura que se trataba de algo más que la condición climática. 
–Déjame ayudarte –se quitó el abrigo que tenía puesto y con un delicado gesto, me lo colocó en mis hombros, brindándole cierta atención especial a mi cuello, donde sus manos se quedaron un poco más de lo debido. Ahora estábamos frente a frente, mis ojos llegaban a su barbilla y su mano me alzó la cara, incitándome a mirarlo. Sus ojos eran una puerta abierta a un sinfín de sentimientos, reconocí algunos, cómo dolor, duda, incluso ilusión. Pero algo me decía que debía apartarlo de mi cuerpo, que no debía estar así con él. Incluso sin saber la razón, quería apartarlo. 
–Nunca dejaste de encantarme, Ashley – y me besó. Cálidamente, de la manera en la que estaba segura que ningún otro par de labios aparte de los de Gerard llegarían a besarme nunca. Y luego recordé la razón por la cual debía alejarme. 

Save Me (Fan Fic de Gerard Way)Where stories live. Discover now