El Desconocido

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Sara tenía quince años y vivía con Rosa, su madre viuda, en una pequeña ciudad gallega. Un día, al volver del instituto, le dijo a su madre que un desconocido la había seguido durante un buen rato. Se trataba de un hombre joven, de rostro pálido, pelo castaño y barba de dos días. Su aspecto desaliñado había asustado a Sara, quien había corrido para burlar a su presunto perseguidor. Rosa se sintió preocupada al oír esto, pero intentó tranquilizar a la muchacha:
-Tranquila, seguro que solo era un pobre que quería pedirte dinero. Pero de todas formas, será mejor que no salgas sola durante algún tiempo, ¿vale?
-Vale, mami. De todas formas, hoy tengo que quedarme en casa para estudiar.
Después de comer, Rosa salió de casa para ir al trabajo y entonces la abordó un joven desconocido, que, a juzgar por su aspecto, debía de ser el vagabundo que había perseguido a Sara. Su tono era amable, pero su aspecto inquietante despertó automáticamente el recelo de Rosa.
-Disculpe las molestias, pero debo hablar con su hija. Si me permitiera verla…
-¡De eso nada! Déjanos en paz o llamaré a la policía, ¿entendido?
El joven no dijo nada, pero, cuando Rosa se hubo alejado, murmuró para sí mismo:
-Pues no, guapa, no voy a dejarte en paz. Y a tu hija tampoco.
Aquella tarde, mientras su madre estaba fuera, Sara se hallaba en su cuarto, intentando repasar apuntes de Historia. Desgraciadamente, no conseguía concentrarse, pues en alguna calle cercana había un perro que no paraba de aullar. Debía de ser un perro enorme, a juzgar por la fuerza de sus aullidos, que se oían en todo el barrio. Harta y aburrida, Sara murmuró:
-¡Jolín, tío, a ver si alguien te echa un hueso y te atragantas!
Tras proferir ese deseo tan poco caritativo, Sara se levantó de la silla para ir al cuarto de baño. Pero cuando salió de su cuarto alguien la agarró y le tapó la boca con la mano. Afortunadamente, entonces se oyeron las sirenas de un coche policial. El agresor de Sara, asustado, soltó a la muchacha y abandonó la casa a toda prisa
En realidad, los policías no habían venido por él, sino por un perro vagabundo de gran tamaño que había asustado a los vecinos (probablemente se trataba del mismo animal que había molestado a Sara con sus aullidos). La muchacha no había podido ver la cara de su agresor, pero todo parecía indicar que se trataba del desconocido que había intentado abordarla aquella mañana. De hecho, un hombre que respondía a su descripción había sido visto deambulando por el barrio pocos minutos antes del ataque. La policía dictó orden de arresto contra él, pero resultó imposible localizarlo. Curiosamente, tampoco se pudo localizar al perro.
Pocos días después, Sara recibió un whatsapp de su amiga Nerea, que la invitaba a pasar la tarde en su casa de campo. Sara aceptó y su madre la llevó en coche, pero, cuando llegaron a su destino, no había nadie para recibirlas. La puerta de la casa estaba cerrada y nadie contestó a sus llamadas. Rosa, sorprendida, le dijo a su hija:
-Quizás estén paseando por el bosque y se hayan dejado el teléfono móvil en casa. Vete a dar una vuelta por ahí, a ver si los encuentras, que yo me quedaré aquí esperando, ¿vale?
-Vale, mami, ya voy.
Sara se alejó de la casa y estuvo un buen rato caminando el bosque, sin hallar el menor rastro de su amiga ni de sus padres. De repente, un enmascarado surgió de la maleza y se arrojó sobre ella, atrapándola fácilmente. A continuación, la agarró por el cuello y empezó a apretar con fuerza, impidiéndole respirar. Sara, indefensa y aterrorizada, pensó que había llegado su última hora, pero, cuando ya estaba a punto de perder el conocimiento, un aullido lúgubre interrumpió el silencio del bosque. El enmascarado, asustado, aflojó involuntariamente la presión de sus manos sobre el cuello de Sara, quien aprovechó aquella oportunidad para liberarse y propinarles una patada a los genitales de su agresor. Este se dobló de dolor y Sara huyó a toda prisa, rumbo a la casa de Nerea.
Cuando llegó a la casa, vio que su madre tampoco estaba allí, lo cual le causó un nuevo susto. La llamó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Sin embargo, creyó oír un gemido procedente del garaje. Sara fue a echar un vistazo y allí encontró a su madre, atada y amordazada, así como a Nerea y a sus padres, que se hallaban en la misma situación. Entonces Sara comprendió que su enemigo le había tendido una trampa: había usado el móvil de Nerea para enviarle aquel whatsapp y tenderle una emboscada. Luego, tras reducir a Nerea y a su familia, las había esperado en la casa y había atrapado a su madre mientras ella estaba en el bosque, antes de ir por ella. Sara iba a entrar en el garaje para liberar a su madre y a los demás rehenes, pero entonces apareció el enmascarado y se vio obligada a huir por el bosque.
Primero cobró ventaja sobre su perseguidor, pero luego resbaló y cayó al suelo, haciéndose daño en una rodilla. Como ya no podía correr, gritó pidiendo socorro, pero nadie la oyó. Al verla indefensa y aterrorizada, el enmascarado sonrió cruelmente y le dijo:
-Ahora no tienes escapatoria. Primero acabaré contigo y luego con tu mami y con todos los demás… ¡Disfrutaré de esta tarde como si fuera la última de mi vida!
-Tienes razón en una cosa: esta será la última tarde de tu vida.
El enmascarado se quedó paralizado por la sorpresa al oír aquellas palabras. Pero la que se quedó realmente pasmada fue Sara, cuando vio que quien había hablado era el mismo joven de pelo castaño que la había seguido el otro día. Siempre había dado por hecho que aquel joven y el enmascarado eran la misma persona, pero estaba equivocada. Tras reponerse del susto, el verdadero criminal sacó una pistola, pero el recién llegado no se asustó, sino que se limitó a sonreír con tristeza y a decir:
-Hasta ahora he hecho todo lo posible para evitar esto, pero veo que ya no me queda otra opción. Que Dios nos perdone a ambos.
Entonces, bajo la tenue luz crepuscular que se filtraba entre las ramas de los árboles, tuvo lugar una monstruosa transformación: en cuestión de segundos, el muchacho de pelo castaño desapareció y en su lugar apareció una bestia terrible, un enorme lobo negro de ojos ardientes y colmillos amarillentos. Una vez consumada la metamorfosis, el monstruo profirió un aullido largo y terrorífico, un aullido cuyo tono Sara reconoció: era la tercera vez que oía algo así. La muchacha, aunque estaba completamente aterrorizada, tuvo una súbita intuición: adivinó que aquel ser efectivamente llevaba varios días siguiéndola… pero no para hacerle daño, sino para protegerla. El perro que había atraído a la policía aullando en su calle, el aullido misterioso que la había ayudado a zafarse de su enemigo en la colina del bosque…
El enmascarado, completamente aterrorizado, disparó, pero los nervios le impidieron acertar y el lobo se arrojó sobre él. Sara se desvaneció de puro terror cuando el cuello del enmascarado se quebró con un chasquido entre las mandíbulas del monstruo.
Cuando se despertó ya era casi de noche. El lobo negro había desaparecido y de nuevo estaba allí aquel joven de pelo castaño. Sara, aún muy asustada y sin fuerzas para levantarse, ni casi para hablar, le suplicó:
-Por favor, no me hagas daño…
El joven sonrió con dulzura y le dijo, con una voz tan amable como melancólica:
-Tranquila, Sara, nunca he querido hacerte ningún daño.
-Pero… ¿quién… o qué… eres tú?
-Soy varias cosas: a veces un hombre solitario, a veces un lobo… y siempre un amigo de quienes se hallan en peligro. El otro día vi que te perseguía una sombra maligna, lo cual significaba que estabas en peligro, e intenté advertirte. Como tu madre no me dejó hablar contigo, decidí vigilarte para protegerte. Procuré hacerlo de la forma más incruenta posible, pero finalmente tuve que matar a ese infeliz. Ahora la sombra que te perseguía ya ha desaparecido y debo marcharme.
Dicho esto, el joven se levantó y se dirigió hacia el bosque. Sara le dijo:
-¡Espera, por favor! Me has salvado la vida y ni siquiera sé cómo te llamas.
El joven se volvió, la miró sonriente y dijo:
-Un lobo no tiene nombre. Y me sentiré pagado si no le cuentas a nadie lo que has visto hoy.
Dicho esto, desapareció entre las sombras del bosque.
Poco después, Sara llegó cojeando al garaje y liberó a los prisioneros, empezando por su madre. Rosa, llorando de emoción, abrazó a su hija y le preguntó:
-Pero, ¿qué fue de aquel hombre, del enmascarado?
Sara no sabía mentir, pero tampoco tenía por qué hacerlo:                                                                    -Lo mató un lobo.

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