El cadáver

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Quiero saber cuándo es el fin de mi tortura; sigo respirando pero mi pecho tiene mil huecos; sigo amándola, pero mi corazón ya se está debilitando.

Me derretí dentro del mismo hielo, no viví entre cadenas y bloques solo para sufrir una vez más las lesiones que te puede dejar el futuro. Me llené de cicatrices, me deslumbró una vez la luz de una estrella mucho más pequeña que el sol. A pesar de ser invisible nunca dejó de molestarme: me generaba cosquillas su existencia, sabía que estaba allí, en algún lugar esperándome ese amor que tanto quise tener.

Mi melancolía no era más que un timo a mi interior, me hacía pensar que estaba mal cuando todo en el mundo estaba correcto; nunca dejé de sonreír cuando todo se tornaba mal ni mucho menos en mi contra.

Nunca dejes que el dolor sea tu dueño, porque si él te domina, entonces lo hace cualquiera.

Las fibras de mis párpados comienzan a destilar. Se crearon pozos sencillos sin cobro en el alquiler, donde cualquier cosa te haría explotar.

Tengo unos puntos de sutura en mi tórax, ya de tanto descansar. Después de cada fantasía que sufro al cerrar mis ojos y ni siquiera al parpadear la dejo de pensar. Es una pena que tengo que cumplir. La ansiedad se alimenta de mis ganas de vivir y ahora solo tengo ilusiones a través de la misma chica.

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