Capítulo 2

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Tres días de discusiones, negándome a empacar e ir a un internado.

Ahora me encontraba viendo por el ventanal del carro los campos verdes, camino a mi nuevo internado. En todo el viaje mi papá ni yo habíamos dicho ni una palabra, incomodo pero el silencio en este momento era placentero.

Habíamos dejado a Max en casa junto con Dorothea (la niñera y ama de casa), la despedida fue difícil, anoche se quedó a dormir en mi cuarto, decía que me extrañaría, que no tendría a nadie más que molestar, mi hermano podría ser una pequeña bestia pero lo quería y vaya que lo extrañaría.

−     Hemos llegado –anuncio el chófer.

Me percaté que el internado debía estar rodeado de un gran campo, grandes árboles rodeaban el largo sendero, cuando más nos acercábamos podía ver unos edificios con unos grandes ventanales, mire a mi papá un segundo, él tenía la mirada adelante, ¿Qué clase de internado me había traído?

El chófer estaciono el carro en el estacionamiento, baje de el y observe lo que tenía enfrente, un gran campus, adolescentes con maletas, uno que otra reencuentro de amigos, padres despidiéndose de sus hijos. Mientras papá ayudaba al chófer a bajar mis maletas, mire a una familia que se encontraba alado nuestro se despedía de su hijo entre lágrimas, el chico también lloraba, se dieron un gran abrazo los tres.

Cuando papá termino de bajar las maletas se percató la escena que miraba, me miro con una sonrisa.

– Ni lo pienses –le advertí con los brazos cruzados– , no creas que haré esa ridiculez.

Tomamos mis maletas y nos dirigimos a las oficinas, ya que el internado era enorme nos perdimos, le tuvimos que preguntar dos veces donde se ubicaban, hasta que las encontramos, esperamos a la rectora en la sala de espera, padres con sus hijos salían y entraban, algo que me sorprendía era que la mayoría de los padres vestían de una forma sofisticada.

– ¿Cuánto pagaste por este internado –susurre a mi papá, el leía un folleto "¿Cómo educar a tu hijo y que tenga éxito?", ni siquiera presto atención a mi pregunta–  Papá.

– Señor Brooks.

Levantamos al mismo tiempo la mirada hacía una señora, debía ser la rectora, vestía con un traje color rosa, lo que me hizo recordar a Dolores Umbridge de Harry Potter, aunque ella era alta y delgada y se veía sutil, eso espero.

Se levantó del sillón y le estrecho la mano con una sonrisa, ella me miró con una sonrisa esperando a que la saludara como mi papá pero tan solo me levante y le di una sonrisa.

– Soy la rectora Sanz – se presentó–. Tú debes ser Josephine –sus ojos pasaron de mis pies a mi cabeza, debió sorprenderle mi manera de vestir, papá había dicho que diera una buena impresión y aquí esta, vestía una blusa negra con el nombre de una banda de rock The Rolling Stones, unos jeans y mis botas negras–, es un gusto conocerte. Pasamos a mi oficina, por favor.

Nos guió a su oficina, no era como la de Umbridge llena cuadros de gatos sino de títulos, a la derecha había un gran ventanal que daba vista al internado, pude ver que había un lago en medio del campus, estudiantes sentados en el pasto verde conversando. La rectora nos hizo tomar asiento frente a su escritorio, ella tomo también asiento detrás de él.

– Quería agradecerle por aceptar a Josephine a los pocos días de empezar las clases –menciono mi papá

– No se preocupe, revisamos el expediente de Josephine –se dirigió a mí–, se que antes eras muy dotada y estabas en clases de ballet ¿Cierto? – Asentí–  Sin embargo, estos últimos meses han bajado tus notas, en este internado queremos que nuestros estudiantes emprendan su futuro pero también necesitamos que pongan de su parte, tendrás tres advertencias, si llegas a perderlas siento decirte que será expulsión –esperaba que mi reacción fuera diferente pero seguía igual, ¿Acaso no se daba cuenta que quería irme de aquí? Abrió su cajón y saco unas cosas–  Aquí esta tus horarios de clase, una mapa del internado y las llaves de tu dormitorio –me entrego mis cosas–, cada dormitorio se comparte, tendrás a una compañera que te ayudara ya que eres de nuevo ingreso. Y podrán comprar su uniforme en. . .

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