Capítulo VI

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—Bueno, si quieres saber lo que pienso —dijo secamente lady Louisa— aunque no dudo de que no tienes el menor deseo... ¡eres un tonto, Rule!

El conde, que estaba todavía examinando unos papeles que le había traído el señor Gisborne unos momentos antes de la llegada de su hermana, dijo distraído:

—Lo sé. Pero no debes permitir que eso te preocupe, querida mía.

—¿Qué son esos papeles? —preguntó su señoría sin prestar atención a esta impertinencia—. No es necesario que te molestes en decírmelo. ¡Conozco una factura cuando la veo, créeme!

El conde los guardó en el bolsillo.

—Si solo hubiera más gente que me comprendiera tan bien —suspiró— y respetara mi... ehh... disgusto visceral por las preguntas.

—La niña va a arruinarte —dijo su hermana—. ¡Y tú no haces nada, nada, para evitar la calamidad!

—Créeme —dijo Rule—, espero tener energía suficiente como para evitar esa calamidad particular, Louisa.

—¡Eso espero! —contestó ella—. Me gusta Horry. Sí, me gusta, y me gustó desde el comienzo, pero si tuvieras un grano de sentido común, Marcus, ¡cogerías un bastón y le pegarías!

—¡Pero piensa qué cansado sería! —objetó el conde.

Ella le miró con sorna.

—¡Y yo que quería que te hiciera bailar! —dijo cándidamente—. Pensé que te vendría muy bien. Pero jamás sospeché que se transformaría en la comidilla de la ciudad mientras tú permaneces aparte, observando.

—Verás, rara vez bailo —se excusó Rule.

Lady Louisa hubiera podido responderle con cierta aspereza, de no haberse escuchado pasos ligeros en el vestíbulo. Se abrió la puerta y apareció la propia Horatia.

Estaba vestida para salir, pero llevaba el sombrero en la mano, como si acabara de quitárselo. Lo arrojó sobre una silla y abrazó respetuosamente a su cuñada.

—Lamento haber estado fu-fuera, Louisa. He ido a ver a ma-mamá. Se siente muy mal porque ha pe-perdido a Lizzie y a sir Peter Mason, quien se suponía que iba a pedir la ma-mano de Charlotte porque desaprueba la ligereza en la mujer, se ha prometido finalmente a la señorita Lupton. Ma-Marcus, ¿crees que a Arnold le gu-gustaría casarse con Charlotte?

—¡Por el amor de Dios, Horry —gritó lady Louisa con un mal presentimiento— no se lo preguntes!

Horatia juntó las cejas.

—No-no, por su-supuesto que no. Pero creo que po-podría juntarlos.

—No en esta casa, te lo ruego —dijo su señoría.

Los ojos grises le examinaron interrogadores.

—N-no, si tú prefieres que no lo haga —dijo Horatia, gentil—. No estoy empeñada en ello, como comprenderás.

—Cuánto me alegro —dijo su señoría—. Considera qué golpe sería para mi autoestima que Charlotte aceptara la mano de Arnold en matrimonio.

Horatia parpadeó.

—Bueno, no es ne-necesario que te preocupes, señor, porque Charlotte dice que va a de-dedicar su vida a mamá. Oh, ¿ya te vas, Louisa?

Lady Louisa se había puesto de pie, envolviéndose en su chalina.

—Querida, he estado aquí una eternidad. Solo vine a cambiar unas palabras con Marcus.

Horatia se puso ligeramente rígida.

Matrimonio de convenienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora