Kamila.
Todo marchaba bien, hasta que me acordé de que no había comprado cuadernos, ni hojas, ni nada que me ayudara con los estudios. Tuve que respirar profundamente unas cuantas veces para calmarme antes de comentarle a Alex sobre mi problema. Volteé a verlo y él ya estaba mirándome.
— ¿Vas a decirme ya qué te sucede o tendré que esperar a que termines de calmarte?.
¡Diablos! ¿Por qué tengo que ser tan transparente?.
— Aún necesito comprar mis implementos de estudio. — Solté en un murmullo. Él dejó escapar una leve risita.
— Te preocupas demasiado, Kami — dijo con ternura —. Yo ya te los compré.
— ¿De verdad? — pregunté como idiota y el castaño asintió — ¿Cuándo?.
— Cuando estábamos en Venezuela. Sabía que no tenías cabeza para pensar en nada más que no fuera... bueno, ya sabes. Tu peculiaridad.
No sé si fue lo que dijo o la forma en que lo dijo, pero me dolió demasiado. Que no tenía cabeza para pensar en ninguna otra cosa que no fuera mi peculiaridad. Mi peculiaridad.
Alex pasó su pulgar con suavidad por mi mejilla, eliminando el rastro de la lágrima que acababa de caer.
— Lo siento. No pretendía herirte con eso. — Expresó notablemente arrepentido. Bufó —. No puedo creer que te haya hecho llorar — comentó y ocultó su rostro entre sus manos.
Acaricié su cabello sin saber que decirle, nunca me vi en una situación similar. Alguien arrepintiéndose por hacerme llorar. ¡No es su culpa que yo sea tan llorona!.
— No te preocupes, no es tu culpa. Sabes lo sensible que suelo ser — dije con indiferencia. Él posó sus brillantes gotas de miel sobre mis ojos e hizo un puchero.
— ¿Me perdonas? — preguntó y mordí su labio inferior, halándolo un poco.
— Te perdonaría si hubiese algo que perdonar — le sonreí y nos bajamos de la camioneta.
Subí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama. Me siento tan débil que creo que me desmayaré en cualquier momento. No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí así. Si no me equivoco, creo que fue la vez que le robamos las Optus al viejo ese asqueroso. Me estaba quedando sin fuerzas. Bajé de la cama y reptando llegué hasta el baño. Me miré en aquel espejo con pegatinas pegadas en las esquinas.
¡Que me parta un rayo! ¡Parezco un zombie!.
No exagero, mi cara se ve más muerta que la moral de una prostituta. Me senté en el retrete y permití que mi vejiga liberara todo el ácido que tenía retenido. Pasé el papel higiénico por mi intimidad y lo observé, suspiré con desgano. Me había llegado mi periodo, y lo había recibido con la misma alegría de una patada en el culo. Ya sabía yo que no era tan débil.
Me levanté con cuidado y al estar totalmente erguida, me dió un calambrazo en el vientre. ¡Ay, como duele!. Me acerqué a una de las gavetas bajo el lavabo y saqué una toalla sanitaria —la única que había— y la coloqué sobre mis bragas. Salí del baño y caminé a pasos lentos hacia la cama, donde me volví a dejar caer. Me estiré un poco hasta la mesilla de noche y cogí mi celular. Texteé un ¿Puedes venir a mi cuarto? y se lo envié a Alex, quien después de un par de segundos apareció en la habitación.
— ¿Qué pasa?.
— Necesito que me hagas un favor — hablé en un susurro. Él me miró extrañado y con una mueca preocupada —, me da vergüenza pedirte esto — reí un poco adolorida —. ¿Podrías comprarme... toallas femeninas? Tengo mi semáforo en rojo.
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Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]
Science FictionA veces pensamos que nuestra misera existencia es destrucción, y probablemente sea cierto. Te quedas y dañas. Te vas y hieres. Pero, ¿Qué pasaría si hubiera una manera en la que dejaras de serlo? ¿Serias feliz? ¿Los demás serian felices? O ¿Te detru...