El ser sin vida y aspecto demacrado se sentó en el escritorio frente a mí y le dió una calada a su cigarrillo. Dejó escapar el humo por su repugnante boca y me dió comezón en la garganta. Tosí un par de veces antes de hablar.
— Deja de fumar. Intoxicas mis pulmones. — El soldado bufó y se tragó el porro de nicotina. No quiero ni pensar en cómo lo va a sacar.
Lo miré directo a los ojos y me vi obligada a quitar la mirada. Su apariencia sigue intimidándome.
— Ya sé cómo romper la maldición — empecé —, pero necesitaré que me ayudes.
— ¿Qué es exactamente lo que tengo que hacer?.
— Aparecer cuando lo requiera... Y llevarme.
— ¿Llevarla a dónde? — preguntó. La conversación ya me estaba comenzando a desesperar.
— A Jerusalén — susurré y él rió con ganas.
— No durará ni media hora en la ciudad. Allí hablan hebreo...
— Creo no haber pedido tu opinión — hablé con autoridad y se cayó de inmediato —. Te estoy dando una orden. Soy consciente de todo a lo que me tengo que enfrentar, y a pesar de no ser complicado para mí, tendré un gran peso mental torturándome con la misma piedad que le tuvieron a Jesús.
Reinó el silencio dentro de la habitación, que fue derrocado por la sonrisa ladeada que me ofreció Trevor.
— Estoy asombrado de la gran madures que ha adquirido, señorita — expresó el soldado y se levantó de un tirón. Hice un esfuerzo para no inmutarme —. Pero, ¿Está segura de esto? Si usted me lo pidiera, podría matar al hombre que tiene la Optus faltante y ya está.
— No podemos, porque se llevaría a la tumba el paradero de la última gema. Solo él sabe en qué agujero la escondió — aclaré —. Además, mejor concéntrate en el encargo que te dí. — Él sonrió y comenzó a rodearse de su nube negra —. Mañana partimos — alcancé a decir antes de que desapareciera.
Suspiré con pesadez y me tiré sobre la cama. La avalancha de problemas que vendrá será tan grande que no estoy segura si podré soportarla yo sola.
Kira se subió a la cama y se acostó sobre mi estómago. Le acaricié el lomo con el mismo cariño que le tiene una madre a su bebé.
Unos golpes a la puerta me sacaron de mi trance, y un par de ojos verdes se asomaron tras ella.
— ¿Se puede? — preguntó y le hice un ademán para que entrara. Se sentó a mi lado y tapó su cara con ambas manos.
— ¿Qué pasa? — soltó un suspiro y me volteó a mirar.
— Finn quiere que vaya a conocer a sus padres — habló casi en un susurro. Sonreí abiertamente.
— ¡Eso es fantástico!.
— Sí, pero no creo que les agrade — murmuró con inseguridad e insuficiencia. Le acaricié el brazo y volteó a verme con los ojos empañados.
— ¿Por qué piensas eso? Ellos te amarán; además, Finn y Zack no te dejarán sola en ningún momento. No te preocupes por esa estupidez — la consolé. Ella me sonrió con tristeza.
— Gracias — dijo con sinceridad y me abrazó. Le correspondí al segundo, también necesitaba un consuelo.
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En la esquina de un departamento abandonado y moribundo, apareció un ser mortífero con intenciones asesinas. En medio de la sala, se encontraba una chica de cabellos negros como el alkitran atada a una silla. Tenía muy mal aspecto; moretones eran visibles en sus brazos y cortes decoraban sus mejillas sonrosadas. Era una presa tentativa para el demonio, pero su amo había sido específico y muy claro en que solo debía matar al hombre.
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Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]
Science-FictionA veces pensamos que nuestra misera existencia es destrucción, y probablemente sea cierto. Te quedas y dañas. Te vas y hieres. Pero, ¿Qué pasaría si hubiera una manera en la que dejaras de serlo? ¿Serias feliz? ¿Los demás serian felices? O ¿Te detru...