Al acabar la cena, regresé a mi habitación y me percaté de que en ella se encontraba Alex, quien estaba recostado sobre la cama con los ojos cerrados. Talvez se haya quedado dormido. Me fijé en que no llevaba camisa, dejando su dorso al descubierto. A pesar de que lo he visto así muchas veces, sigo sin acostumbrarme a esa tableta de chocolate perfecta que posee como abdomen.
Me quedé un buen rato contemplando aquella escultura tan magnífica de orígenes divinos, hasta que unas risas me sacaron de mi trance. Elevé la vista y me encontré con la mirada traviesa de Alex. De inmediato sentí como el calor invadía mis mejillas. Él sonrió y yo como perro con el rabo entre las piernas, caminé hacia la cama y me acosté a su lado.
Alex me miró fijamente, clavando sus preciosas gotas de miel sobre mis ojos, con una mirada profunda y tierna. Acarició mi mejilla y me dió un beso en la nariz. Le sonreí y él imitó mi acción.
— ¿Cuándo iremos a Greenland? — le pregunté.
— Sí quieres, mañana mismo — respondió y palidecí.
— Tengo miedo, Alex — me sinceré —. Me aterra que se vayan a enojar conmigo, que no me comprendan.
— ¡Claro que lo harán! — me alentó —. No serán capaces de enfadarse contigo, conocen tu situación — dijo y me entristecí un poco.
Mi situación, situación de mierda.
El castaño me robó un beso y se dedicó a hacerme caricias en la cabeza, y caí rendida en brazos de Morfeo.
--------
— ¿Te volverás a ir? ¡Pero si acabas de regresar! — exclama la morena con los ojos cristalizados.
— Sí, pero podremos vernos a menudo — le digo tratando de sonar convincente y no quebrarme.
— Pero es que... — sollozó — no quiero que me dejes — mi corazón se estrujó. Le sonreí, aunque seguramente me salió una mueca.
— No te preocupes por eso. Ni siquiera notarás que me fuí — digo restándole importancia —. Hablaremos cada vez que quieras por teléfono o vídeollamada.
Ella pareció meditarlo, hasta que se rindió y finalmente asintió.
— Aunque... — dijo aún dudosa — todo esto me parece demasiado extraño — dice y yo trato de no mostrarme nerviosa —. Cuando eras una niña, una supuesta tía tuya te llevó con ella a ese pueblo Americano del que nunca en mi vida escuché. Tus padres desaparecieron misteriosamente de la faz de la tierra — comenzó a narrar los hechos —. Luego vienes de visita por una semana, después te quedas y dices que es definitivo. Y ahora... tienes que irte otra vez — termina con la voz quebrantada —. ¿Qué coño es lo que está pasando, Kamila?. Pareciese como si huyeses de algo o alguien.
Respiro profundo y suelto todo el aire, tratando de ordenar mis ideas.
— Pues, son... cosas que pasan.
¿En serio? ¿No pude decir algo más coherente?.
Andrea me miró incrédula. Tengo que mejorar mi contesta.
— Bueno, verás... Cuando mi tía me vino a buscar, fue para llevarme con mis padres; ellos ya estaban en Greenland. Nos mudamos para allá porque mis padres consiguieron un buen trabajo; nunca volví porque, digamos que lo habíamos olvidado — solté una pequeña risita nerviosa —. Vine de visita queriendo recordar algo de mi infancia y viví aquí esta temporada para pasar tiempo contigo, pero ahora debo volver.
— Lo entiendo — terminé el instituto para mentirosas, gracias. Están invitados a mi graduación —. Solo... No me olvides ¿Sí?.
— No lo haré — contesto con firmeza y nos fundimos en un cálido abrazo —. Ahora, ¿Quieres brownies?.
ESTÁS LEYENDO
Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]
Ciencia FicciónA veces pensamos que nuestra misera existencia es destrucción, y probablemente sea cierto. Te quedas y dañas. Te vas y hieres. Pero, ¿Qué pasaría si hubiera una manera en la que dejaras de serlo? ¿Serias feliz? ¿Los demás serian felices? O ¿Te detru...