Capítulo 31

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Me sentía pesada, un poco adolorida, estaba mareada y sentía un hormigueo en la mano izquierda. Traté de moverme, pero no pude; comencé a desesperarme al intentar abrir los ojos y sentirlos pegados. No podía separar mis labios, ¡Ni siquiera podía emitir sonidos con la garganta! Quería gritar. Me dolían las nalgas, me quería voltear. Tenía mucho frío, y la sed no quería apiadarse de mí.

Me entraron ganas de llorar y sentí como alguien secaba mi mejilla y hacia una leve caricia. Su tacto se me hizo tan familiar que sentí como mi corazón se calmaba y volvía a latir con desenfreno. ¿Será mamá? ¿Alex?.

Sus manos pasaron por mi cabello y de inmediato supe que se trataba del castaño. Quise sonreír, pero mi cara se negaba a ceder.

Escuché la puerta abrirse y luego volver a cerrarse.

— ¿Por qué no fuiste a descansar? Has estado aquí durante cuatro días — habló una voz masculina que no pude identificar. Mierda, ¿Cómo que cuatro días? ¿Qué día es hoy? ¿Qué me pasó?.

— No la quiero dejar — susurró. Sin duda es él.

El silencio se hizo presente y decidí que lo mejor sería descansar, debo ganar fuerzas si quiero levantarme e irme.

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Sentí unos dedos pasar por mi mejilla y no pude evitar esbozar una sonrisa.

Sonreí. ¡Sonreí! Al fin.

Traté mover un poco el dedo meñique y lo conseguí, sentí como apretaron mi mano un poco y yo como pude correspondí su apretón. Comencé a mover los dedos de los pies y fui abriendo los ojos con calma acostumbrándolos a la luz. Cuando estuvieron bien abiertos solo vi el techo blanco, parpadeé un par de veces y paseé la vista por la habitación; había una puerta medio abierta que daba hacia el baño, otra cerrada, un gran ventanal que dejaba ver el cielo oscuro sin estrellas que lo adornaran y una silla a mi lado, en la que el castaño dormitaba mientras se afincaba de la camilla y sujetaba mi mano con delicadeza.

Me habían agarrado una vía desde el brazo por la que me mandaban suero. Giré a ver mi cuerpo y me sorprendí al encontrármelo cubierto por una bata para pacientes. ¿En qué momento me cambiaron? ¿Cuándo me quitaron el sujetador?

Pero lo que más me alarmó fue ver mi otra mano enyesada. Intenté moverla y de inmediato un ardor insoportable hizo que dejara de intentarlo.

¿Qué fue lo que sucedió?

Lo último que recuerdo es sentirme a punto de morir, que la Optus estaba demasiado caliente y mi mano estaba irritada. Oh no, me quemé.

Miré al castaño y me sentí un poco mal, nunca se ha apartado de mi lado. Debe estar agotado. Levanté un poco el brazo y le acaricié el cabello, abrió sus ojos con pereza y volteó a mirarme; le sonreí apenada.

— Perdón, no quería despertarte — murmuré con la voz rasposa. Agh, me duele la garganta.

Se estiró un poco y dejó un beso sobre mi frente. Sonrió y me tendió un vaso de agua, lo tomé con dificultad y bebí. Cuando me lo acabé se lo devolví.

— ¿Sabes por qué estás aquí? — asentí —. No sabes lo preocupado que me pusiste, Kamila. Tuvieron que anestesiarme por lo desesperado que estaba.

Mi corazón se encogió y un sentimiento de culpa me asfixió.

— Lo siento — musité y bajé la mirada.

— Cuando te encontramos tus signos vitales eran muy débiles, y al llegar aquí ya no tenías pulso — se le cortó la voz y reprimí las lágrimas —. Gracias a Dios pudieron salvarte, pero entraste en coma. Los doctores dudaban que despertaras, mañana te iban a desconectar — murmuró y una gotita salada salió de su ojito. La limpié y él tomó mi mano —. Juró que sentí que te perdía.

Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora