Capítulo III

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Capítulo III

Había transcurrido una semana desde la partida de Perrie y la tranquilidad que reinaba en mi vida era incalculable. La extrañaba más que a nadie, pero las circunstancias ameritaban tal alejamiento y yo, pese a todo, estaba dispuesto a lidiar con su ausencia; al menos hasta que mi corazón dejase de sentirse culpable y olvidara todos aquellos sentimientos que no podía, ni debía sentir.  

No había visto a Zayn en toda la semana y no gracias a mi tan “maravillosa” suerte, sino por lo que creí que era mi tan escasa fuerza de voluntad.  El lunes que le precedió a  la partida de Perrie había optado por llegar más tarde que de costumbre para no toparme en ningún momento con él. El sacrificio que esto implicaba, era  el mayor hecho en mi tan corta vida; pero los frutos que estaba dando eran satisfactorios, al menos, para calmar a mi conciencia; porque en cuanto mi corazón, era un caso perdido.

Mi vida había mejorado en muchos aspectos: ahora podía andar por ahí, sin sentirme culpable a cada momento, podía sonreír verdaderamente, podía dormir apaciblemente sin pesadillas que azotaran mis escasas rachas de sueño. Ahora podía ser lo que realmente era y no ése falso “Yo” que había creado.  La soledad era dura. Me costaba adaptarme, pero pronto terminaría acostumbrándome; en algún momento tenía que quedarme solo, así que ahora era el momento de probarme si lo resistiría….

Era sábado por la mañana cuando el atronador  rugido de la aspiradora me despertó.

“¡Margarita…!” refunfuñé, deseando dormir un poco más. Tomé una almohada y la oprimí con fuerza contra mi rostro, pero aún así el sonido era ensordecedor.

Respiré profundamente. Acto seguido: salté de la cama. Me tambaleé, después recuperé el equilibrio perdido. Me acerqué a la ventana, tomé las cortinas y las corrí. La luz tenue del sol de otoño inundó mi habitación, de lado a lado, sin dejar lugar alguno sin tocar. Sentí los tibios rayos del sol adulando mi piel. Miré el cielo azul que se miraba tras el ventanal. Era un día hermoso.  

Seguí así, perdido, en el dulce encanto de ese edén.  Parecía hipnotizado, hasta que unos llamados a la puerta me trajeron a mi mundo.

-¡Ya voy!- grité pateando mis zapatos debajo de la cama.- ¡Ya voy!

-Buenos días, Liam- saludó amablemente Margarita, la señora de la limpieza, con su rostro arrugado y amable, tras la puerta, con su mandil blanco y guantes de látex.- Espero no haberte despertado.

-No te preocupes. Tenía planeado levantarme temprano,  tengo que estudiar- la disculpé.

-Creí que habías acompañado a Karen en su viaje…-  se justificó - hasta hace unos momento que acaba de hablar. En verdad lo siento mucho-continuó.

-¡No! Para nada- la interrumpí mientras la dejaba entrar para que inspeccionara los daños en mi habitación.- Se fue desde temprano. Ni siquiera la oí. Y al parecer llega hasta el lunes y yo todavía tengo una larga semana de clases. Aunque hubiese querido, no podía acompañarla, no ando muy bien en la escuela como para descuidarla.

- Me parece muy bien, hijo. Tu madre hace mucho por ti- reconoció sonriente- Bueno sólo me falta tu cuarto, para terminar por hoy.- continuó- El desayuno está listo y la comida en el frigorífico.

-Gracias- murmuré sin ánimo alguno, al tiempo que tomaba mi ropa y zapatos de una silla; después me dirigí al baño.

Entré al cuarto tapizado de azulejos blancos, desnudé mi cuerpo, me coloqué bajo la  regadera y abrí la llave de paso. Al instante el agua fría me despertó. Dejé que el líquido recorriera mi cuerpo, de la misma forma que mis sueños corrían por el cielo de lo imposible. Tomé una generosa cantidad de jabón y aseé mi cuerpo con detenimiento. Listo, me aparté de la regadera y dejé que los últimos vestigios de agua terminaran su andanza por mi intimidad. Tomé la primera toalla que encontré por ahí y sequé mi cuerpo con extrema lentitud,  no había algo más importante que hacer de momento.

El Otro Rostro de la Vida (Ziam)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora