Epílogo II

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Los tres últimos meses me han parecido eternos y simplemente ya no aguanto más.

Luego de que me dieran el alta en el hospital, ya más estable, mis padres me trajeron de vuelta a Boston, para internarme en un Centro de jóvenes con problemas emocionales, slash, de adicción, slash, intentos suicidas (podrán adivinar que no estoy aquí por alguna adicción). Sin embargo, está bien, tengo mi propia habitación, la cual es pulcramente blanca y libre de cualquier objeto corta–punzante; mis ropas son sencillas, cómodas y de colores blancos; la comida está bien hecha y es balanceada, aunque ya estoy aburrido de comer siempre lo mismo...

¡Ahhhhhhhhh! ¿A quién engaño? ¡Estoy desesperado aquí! Entiendo que lo que hice fue terrible y que mis padres teman que vuelva a intentar suicidarme, ¡pero no me pueden tener aquí para siempre!

–¿Cómo te has sentido, hijo? –como todos los días, mis padres y Michael vienen a visitarme al Centro.

–Mal –contesto suspirando.

–¿Te sientes decaído? ¿Quieres que te traigamos algo? ¿Alguien de aquí te ha hecho algo? –pregunta papá, alarmado.

–¡No, no! –me apresuro a contestar y los tres adultos que me acompañan se ven más aliviados–. Me siento bien, es sólo que... Estoy aburrido de estar aquí.

–Pero hijo, es necesario que estés aquí –intenta convencerme mamá–. Aquí te traemos tutores para que no te atrases en tus estudios, te vigilan las 24 horas del día...

–¡Ese es el problema! –exclamo desesperado–. Me vigilan día y noche, no puedo ir ni al baño solo... ¡tuve que pasar mi cumpleaños aquí! Sé que sólo tengo dieciséis años y lo que hice fue grave, pero todo esto ya me está llevando al límite –suspiro al final.

–Intentaste suicidarte, hijo... Alec, tú ya no querías vivir –dice mi madre, con voz quebrada–. Sé que con tu padre no hemos sido los mejores padres a lo largo de tu vida, sin embargo ¿cómo crees que nos sentimos con todo esto? Lo único que queremos es protegerte y evitar que vuelva a ocurrir, con resultados "exitosos", esta vez...

–Lo sé y los entiendo –los miro comprensivo–. Pero si sigo aquí encerrado... si sigo aquí por más tiempo... ¡terminaré lanzándome por la ventana!

–Hijo, estamos en un primer piso –interviene papá.

–Bueno, pues... pues... –busco encontrar otra amenaza.

–Alexander, ¿nos esperas un momento? –y por primera vez en la visita, Michael habla.

Desde que empezó a salir de forma oficial con mi padre, le exigí que ya no me llamara con honoríficos. Preferiría que me llamara "Alec", pero "Alexander" ya es un gran avance.

Mis padres y Michael salen unos momentos de la habitación y yo me siento en mi cama, esperando. No pasan ni cinco minutos cuando los tengo de regreso. Michael sonríe victorioso, mamá se ve preocupada, y papá está... ¿sonrojado?

–Prepara tus cosas –dice mamá–. Firmaremos la autorización para que puedas salir de aquí. Eso NO quiere decir que no nos encargaremos de que la gente te tenga vigilado, ni que dejarás tus medicamentos.

Mi expresión facial se transforma de inmediato ante la emoción.

–¡¿Y puedo volver al internado?! –doy saltitos.

–¡Estás de coña! –me regañan mis padres.

–Señores... –les dice Michael, a lo que mi madre suspira y, frustrada, sale de la habitación. Papá se pasa una mano por el cuello, y finalmente me mira.

Diez Últimos Días | malec-jimon auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora