Como les prometí a inicios de semana, aquí les traigo dos capítulos seguidos de esta historia en cuenta regresiva. ¡Espero les guste!
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Día dos, primera parte
Pese a ser domingo, decido levantarme temprano –a eso de las siete y media–, para evitar toparme con Simon. La amenaza que me dijo anoche mientras yo fingía dormir permanece patentada en mi mente. Si tan sólo me hubiese quedado callado nada de esto estaría pasando.
Intentando despejarme, salgo de la habitación silenciosamente, logrando no despertar a mi compañero. Al chequear la hora en mi celular me doy cuenta de que sólo me he tardado media hora en arreglarme, pues apenas son las ocho.
Vago por los desolados pasillos del internado que ahora sí que están vacíos al no haber nadie despierto. Jugueteo con mi cámara de video mientras avanzo, hasta que llego al jardín principal. Hoy no es Magnus quién está bajo la sombra de aquel árbol lo que adorna el lugar, sino un niño, un niño que no debe de pasar de los seis años.
Me acerco cuidadosamente, para evitar espantarlo, sin embargo, ni siquiera nota mi presencia.
–Hola, pequeño –lo saludo.
Él se voltea a verme asustado. Está llorando.
–¿Qué pasa? ¿Estás perdido? –me agacho hasta quedar a su altura.
Él asiente con la cabeza, abrazando fuertemente el conejito de peluche que tiene en sus manos. Me entristece verlo así, por lo que lo invito a que nos sentemos bajo la gran sombra de aquel enorme árbol. Dudoso acepta.
–¿Cómo llegaste aquí? –pregunto suavemente y él voltea a verme directamente a los ojos.
–No sé –solloza.
–¿Y tus padres? –limpio delicadamente las lágrimas que caen por su rostro–. ¿Por qué no están contigo?
–Ellos trabajan, siempre trabajan, por eso nunca pueden estar conmigo –contesta cabizbajo, abrazando con más fuerza a su animal de peluche. No digo nada, pues sé lo que el pequeño siente.
Mis padres, al igual que los de él, nunca estuvieron conmigo; siempre estaban sus trabajos antes que yo. Los primeros años, cuando era más pequeño, me tragaba el cuento de que ellos trabajaban para que no me faltase nada, pero a medida que he ido creciendo, yo solo he abierto los ojos a la cruel realidad: para ellos yo no fui más que un error, un mal cálculo en sus planes de vida, algo a lo que buscan cualquier pretexto para ignorar y por ello eligen sus empleos como escudo a su tarea de padres.
–¿Sabes? Cuando pequeño tenía un conejo idéntico al tuyo –le confieso riendo.
–¿Y cómo se llamaba? –pregunta sorprendido.
–Teddy –digo sonrojado.
–¿Qué acaso ese no es un nombre para osos? –me mira curioso.
–Sí, pero nunca tuve un osito de peluche, así que tuve que conformarme con mi conejito –río–. Fue un conejo fiel, ¿sabes? Siempre que estaba solo y no tenía a alguien a quien abrazar, él estaba ahí para darme apoyo.
–¿Y qué le pasó a Teddy? ¿Aún está contigo?
–No –digo con nostalgia–. Cuando cumplí nueve años, mis padres creyeron que estaba demasiado grande como para seguir teniendo 'juguetes tontos', así que lo botaron.
–¡Qué horrible! –chilla afligido–. Yo sin Teddy no sería nada –estrecha el conejito contra su pecho.
Eso me hizo recordar que yo hacía lo mismo con mi Teddy.
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Diez Últimos Días | malec-jimon au
Teen FictionPor una tarea de psicología, Alec comienza la grabación de un video. ¿El tema? "Adolescentes dominantes, la verdad tras la máscara de un bravucón" Lo que no sabe, es que entrevistando a sus mejores amigos descubrirá sus crudas realidades. "No hay q...