Mejores amigos y antiguos enemigos

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¿Alguna vez se preguntaron cómo fue la primera vez que Alec y Magnus se vieron? ¿Fue algo romántico, amor a primera vista?

Este capítulo les dará la respuesta.

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Día siete, tercera parte

No es tarde, al menos no aquí en Estados Unidos, pero en Inglaterra ya debe ser de madrugada. Es por eso que me sorprendo al ver en la pantalla de mi celular la llamada de Jace. Dudo unos momentos de si contestar o no, tanto porque amo la canción que tengo como tono, como por el miedo de que algo malo haya pasado en el internado.

Tras un leve suspiro, decido atender.

–¿Jace? –pregunto.

Sí, soy yo –contesta en susurros.

–¿Qué sucede?

Estoy en tu cuarto. Simon está dormido, por eso no alzo la voz –sigue en murmullos–. ¿Cómo estás?

–Bien, mi padre lo tomó mejor de lo que esperaba... En serio –hago una mueca–. La que me preocupa es mamá...

Suele suceder. Siempre le afecta más a uno. Pero tranquilo, ya con una aprobación es más fácil obtener la otra –me anima.

–Eso espero...

Tú ten paciencia, ella sólo necesita tiempo –continúa–. Ahora, algo más serio. Magnus... él...

–¿Qué le pasó? –exclamo angustiado.

Bueno, como... como habrás de suponer, si yo me venía con Simon, Magnus quedaría solo en nuestro cuarto... No quise dejarlo sólo, en serio, no ahora que tú acabas de irte dejándonos la intriga de si vuelves o no. Sin embargo, él me pidió que lo dejara solo y no quise obligarlo a que aceptase mi compañía.

–¿Está bien? –pregunto con miedo.

Me temo que no –dice con voz casi inaudible, como si estuviera llorando–. Magnus... Magnus murió, Alec. Se suicidó y los forenses están viendo su cuerpo ahora.

–Ya no caeré en tus bromas –respondo intentando convencerme de que esto no es más que otra jugarreta en la cual mis amigos se burlan de mi histérica reacción al hablar de muertes.

No bromeo –solloza–. ¿Por qué crees que te llamo a estas horas?

–No... –siento mis ojos aguarse–. ¿Por qué...?

¡Oh, por dios, no puedo creer que hayas caído! –lo escucho reír frenéticamente, ya sin moderar el volumen de su voz–. Oh, maldito seas, Alec. ¡Eres tan fácil de engañar! Shh... Tranquilo, Simon, sigue durmiendo...

–¡Hijo de puta! –grito furioso, llorando–. ¡¿Qué mierda tienes en la cabeza, pelotudo?! ¡¿Cómo puedes bromear con algo así?!

Ya, ya –intenta calmar su risa.

Doy un par de golpes a mi almohada, dejando caer las lágrimas que mis ojos ya habían producido.

–Entonces, ¿cómo está Magnus? –suspiro, volviendo a guardar el demonio que sale a flote las pocas veces que me enfurezco.

Deprimido, en serio, en eso no te mentí. Llámalo, habla con él, da señales de vida. Por favor. Ni yo logré subirle el ánimo, ni siquiera amenazándolo con golpearlo... Eres el único que puede calmarlo, aunque sea por teléfono.

Diez Últimos Días | malec-jimon auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora