Epílogo I

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Ahora me estoy viendo con más tiempo, ya que al fin terminé la universidad y mi trabajo no está tan demandante (al fin terminó la temporada alta!! *celebrando*).

Esta parte está contada por Simon. Espero les guste.

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Nada ha sido igual estos últimos meses y, aunque nadie se atreva a hablarlo, se me hace imposible olvidar.

Estamos a menos de dos meses de terminar la escuela y los cambios desde aquel día son notorios; el grupo de Los Americanos pasó a la historia. Según había escuchado hace un tiempo en los pasillos, Magnus, Jace y yo, estamos completamente fuera de la categoría de bravucones.

Me considero principal culpable del quiebre del grupo, pues fui yo el primero en abandonarlo... técnicamente.

He tenido el cuarto para mí solo durante ya tres meses, y es lógico, ¿quién llegaría a estas alturas del año? Nadie, y ya lo he comprobado.

Estoy sentado en mi cama, estudiando. Sé que lo encontrarán raro en mí, pero si quiero quedar en la escuela de música de Sheffield, tengo que esforzarme. Lucian me ha estado asesorando, dándome su recomendación en la universidad y dándome clases de los instrumentos que no sé tocar. Le debo mucho y ahora es mi único amigo.

Sí, aún no resuelvo las cosas con Jace, y Magnus parece estar desaparecido del mundo, en serio, apenas y se le ve en clases. Por lo que me comentó uno de Los Latinos el otro día, la vida de Magnus se resume a: hacer ejercicio, ir a clases, pasar las tardes en la biblioteca y dormir.

Mi vista abandona el texto de estudio por un momento y va a parar a la cama vacía junto a mí. Sin poder controlarlo, mis ojos comienzan a aguarse, como cada vez que lo recuerdo. No puedo mentirme a mí mismo, si bien estuve al tope del odio y enojo en su momento, el recordar cómo había encontrado a Alec... las condiciones... ¡Mierda, ya estoy llorando y no puedo controlarlo!

Hace exactamente tres meses que tuve mi quiebre con Jace, del cual había culpado a Alec casi injustamente. Sí, él y Jace se habían acostado, pero Alec estaba aterrado y arrepentido y, más allá de no querer perdonarlo, le deseé la muerte y me encargué de dejárselo claro. Luego lo vi pasar lo mismo con el "beso" entre Magnus y Jon, más en vez de compadecerme de él al entender su sufrimiento, ¿qué hice? Lo hundí más.

Pero, aguarden, que tampoco soy un monstruo. Exactamente quince minutos de decirle a Alec todas las mierdas provocadas por mi rencor, interrumpí mi camino a la escuela y me devolví a paso lento a los dormitorios. Estaba dispuesto a hablar las cosas con la mayor calma posible –tal vez uno que otro golpe, sí– con aquel que había llegado a ser mi mejor amigo. Cuando llegué a la habitación, sin embargo, no logré verlo a primera vista. La luz del baño me indicó que posiblemente está ahí...

Nada, nunca, me prepararía para ver lo que vi al entrar al baño.

–¡Alec!

Muchas veces vi a Alec dormir, así que verlo acurrucado con los ojos cerrados en el suelo no debería ser una imagen muy impactante.

Sangre. Sangre por todos lados, rodeándolo.

–¡Alec, despierta!

Aún respiraba. Abrió un poco los ojos.

–Perdona... me... –intentó hablarme.

La cantidad de sangre que salía de su brazo amenazaba diciéndome que si no llamaba a una ambulancia mi mejor amigo moriría.

Y lo hice.

Con manos temblorosas y sin dejar de abrazar a Alec tomé mi celular y llamé al número de emergencias. Llorando y gritando hablé con el inepto sujeto que era más lento que el mismo Alec al momento de correr en gimnasia, hasta que logré convencerlo de que esto no era una broma telefónica y que llamara una ambulancia al internado.

Diez Últimos Días | malec-jimon auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora