¿Historias de vampiros, Simon?

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Día cinco, segunda parte

1/3 maratón

Ha de ser un sueño. Sí, es lo más seguro, porque ¿de qué otra forma estaría en medio de una iglesia?

Nunca he sido muy religioso, es decir, sé que hay alguien allá arriba –o al menos eso espero–, pero mis padres nunca permitieron que me instruyeran en tales creencias. Creo que ha sido de las pocas cosas buenas que hicieron mis padres: no me impusieron una religión, me dieron la libertad de poder elegir la que yo quiera algún día.

Miro a mi alrededor y noto que estoy de pie en medio de una desolada capilla. Me giro en dirección a la puerta y noto que está abierta de par en par, dejándome ver los oscuros cielos cubiertos de nubes color gris oscuro. Una suave melodía de piano comienza a escucharse, pero en ningún momento logro descifrar de dónde viene.

Mis pies se mueven solos y me llevan hacia el altar del lugar. Me coloco tras el mesón, cual sacerdote en misa.

Sobre la mesa hay un viejo libro de hojas gastadas, abierto. Diría que es una biblia, pero está en blanco; no hay ni una sola palabra escrita en él. En una de las esquinas de la mesa hay una copa con una servilleta de tela blanca sobre él y en otra de las esquinas hay un arreglo floral.

Levanto la mirada y veo que la capilla ya no se encuentra vacía. En las bancas hay una gran cantidad de personas, cuyos rostros no logro ver ni identificar. Lloran y visten ropas oscuras.

–Interesante funeral –escucho una voz a mis espaldas, cuyo acento inglés es muy conocido para mí.

–Sebastian –me giro asustado–. ¿Funeral? Pero si aquí no hay muerto, ni cajón u ánfora.

–Aún no, pero lo habrá –sonríe macabramente.

Un fuerte estruendo perfora mis oídos, pero parece ser que soy el único que logró escucharlo, ya que cuando me volteo a mirar a la muchedumbre, noto que nadie más se ha inmutado. Tras ellos, las puertas de la iglesia se abren y cierran con fuertes portazos, sin detenerse.

Siento a Sebastian pegarse suavemente a mi espalda, para luego susurrar a mi oído:

–¿No que no había cadáver? Pues yo me encargaré de que tú te vuelvas uno.

Su brazo derecho me rodea para que su mano pueda alcanzar la copa. Al ver el color del líquido que posee, pienso que es vino, más cuando pasa junto a mí para que Sebastian la beba, el olor a óxido de la sangre hace que me maree.

–Qué delicia –dice Sebastian–. Me pregunto si tu sangre sabrá mejor...

¿Qué?, intento preguntar, pero no logro decir nada. Unos afilados colmillos perforan la piel de mi cuello y pronto comienzo a sentir cómo la sangre sale por montones, manchando tanto mi rostro como el rostro de Sebastian.

Volviendo a mirar al público, puedo notar cómo ahora se han vuelto mis amigos y familiares. Los miro con lágrimas cayendo de mis ojos, pidiendo auxilio, pero nadie parece poder verme.

Siento cómo mi vida se escapa de mí. Moriré en cualquier minuto y ya sé que nada que haga podrá evitarlo...

–¡Alec! –siento un peso sobre mí, que logra despertarme de la terrible pesadilla.

Todo se había sentido tan real.

–¡Simon! –reclamo aún adormilado–. Siempre tan bruto...

–Soy un bravucón, es mi naturaleza –se encoge de hombros.

–Bueno –suspiro–, ¿ya es hora de almorzar?

Diez Últimos Días | malec-jimon auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora