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UN PASO MÁS

Recuerda: tu peor enemigo en la vida siempre será tu mente.
Te libera o te condena, no hay punto medio.

Seguí mirando el color blanco y negro de las teclas, —como he hecho en las últimas 3 horas—. Mi mala postura dentro de ese tiempo pasa factura. La columna gime de dolor exigiendo que enderece mi cuerpo pero, después de ver a Angie caer al suelo, a mis pies, todo ha sido un borrón traumático. No he hablado con nadie, el apetito se fue por completo, la arrogancia y la terquedad que me distinguía se desvaneció.

En la sesión del día con el doctor Landown fue silencioso; por mi parte. No hablé, no respondí, no me quejé o pregunté. Desde que fui agredida me he sentido tan diferente a la Salomé que entró a este hospital, pareciera que ahora hay un gran océano, de la que llegó a la que soy actualmente.

Mi estado mental no está como antes; muchas pesadillas repitiéndose en mi cabeza, cualquier signo de sonido me atemoriza, al momento que trato de cerrar los ojos escucho la risa de Angie o de la pelirroja, —ambas muertas ahora—; siento su toque, su descaro y el dolor físico que me infringió sin dudas, también escucho la canción que me tortura como un disco rayado. Me estoy deteriorando poco a poco, y aunque tengo claro que esto son los deseos del viejo, no tengo idea como volver a ser la misma.

He tratado de ser mejor persona que el maldito legado que conlleva mi apellido. A pesar de mis errores lo he demostrado un poco y no ha sido suficiente.

Mierda.

«Si no puedes ser el mejor, conviértete en el peor». Tenso mi cuerpo al recordar esas palabras que escuché hace años. Deslizo los dedos sobre las teclas sintiendo la energía fluir de allí como algo magnético que llama y quiere atraerme.

Es la primera vibra de emoción que siento desde el suicidio, he tenido la compañía de Génesis los días posteriores, contándome sobre su vida, su familia o las parejas que ha tenido. Agradezco su fiel compañía, sin importar que no he hablado con ella en su presencia, si le molestó mi falta de conversación no lo ha demostrado. Su mirada comprensiva en sus ojos indica su entendimiento a lo que sucede conmigo.

He visto al rumano desde la distancia. Siempre de perfil o de espaldas. Me odio al admitirlo pero sé que podría reconocerlo sin tener que ver su rostro, y es todo lo que necesito para tener una idea de lo jodida que estoy con respecto a él.

Razón por la cuál me he alejado lo más posible de su persona.

No quiero que me vea así; deteriorada, acabada e irreconocible. Que vea una perspectiva que ni yo puedo reconocer al mirarme en el espejo: mi piel ha adaptado un aspecto pálido enfermizo, mis labios rotos y resecos, las cuencas de los ojos algo hundidos haciendo más evidente las ojeras. Los moretones han cogido un tono amarillento horrible con morado que da el toque final al horrible aspecto que obtuve en los días. Sin mencionar como ambas mejillas se hundieron por la falta de alimento, afilando mi rostro de forma poco favorable. Parezco una enferma y estoy a pocos pasos de parecer una jodida zombie.

Las teclas me hablan, me dicen que toque, que me exprese de la forma que sé hacer. Al no obedecer los impulsos, algo en mi cabeza gruñe con frustración antes de ser cambiado por la risa de la pelirroja; la misma risa segundos antes de estrellar mi cabeza con la pared.

El recuerdo me hacer temblar en el balcón de madera vieja y astillada. Vine aquí pensando que, tal vez, al estar sentada frente al piano me sentiría como yo de nuevo.

Mi Otro YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora