12.

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Siempre he odiado los abrazos y tú lo sabías, pero también sabías cuánto anhelaba uno en ese momento.

¿Verdad?

— Aún no... — susurré con la voz rota, entonces asentiste sin cuestionarme.

Sentía que mis piernas pesaban como plomo y que cada paso que daba era más difícil que el anterior; pero iba a llegar a ti.

Tu mirada se posó en lo que tenias delante y sonreíste con tristeza.

— La cancha de fútbol se ve muy deteriorada... — suspiraste.

Wonho, lo sabía.
Sabía lo que estabas diciendo pero no iba a desviar mi atención de ti y del deseo enorme que tenía por abrazarte ni aunque me hablaras de las nubes o de las flores.

Esta vez no.

No me importaba el colegio, no me importaban los profesores, las clases, nuestros compañeros, las graderías o incluso la cancha.

Sólo tú.

Llegué a tu lado, me senté con mucho dolor en el pecho, como si no fuera digno de estar cerca de ti. Por eso no quise esperar.

Mis manos te envolvieron con suavidad mientras el dolor aumentaba y mis lágrimas no paraban de fluir. Apoyé mi cabeza en tu pecho y te atraje hacia mí con mucha fuerza.

Tu camisa blanca comenzó a empaparse de mis lágrimas y mis sollozos ya no eran suaves, eran pequeños gritos que salían desesperadamente, como si quisieran solventar el dolor que me estaba ahogando.

Tus manos se posaron en mi espalda con mucha delicadeza y un suave beso fue depositado en mi cabello, arrancandome la poca tranquilidad que tenía.

No quería verte a la cara en ese momento.

Lo único que quería era sentirte, tocarte con mis propias manos y abrazarte porque llevaba demasiado tiempo soportandolo.

Tu aroma inundó mis fosas nasales y nunca antes me sentí tan vivo como en ese momento.

Nunca me sentí tan amado.

Nunca me sentí tan jodidamente adolorido.

Nunca había deseado con
tanta fuerza mi temprana muerte.

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