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Mis ojos no podían apartarse de ti aunque ya sabía lo que venía; el largo sermón del profesor de Matemáticas recalcandome la importancia de ser puntual, de cuan importantes eran los primeros minutos de la clase para el desarrollo de un tema, para finalmente acabar con los consejos para tener una buena noche de sueño y por ende un día productivo.

Pero no me importó ¿sabes?

Me importó el hecho de que estaba viendo tu sonrisa una vez más y nadie en ese lugar sería capaz de entender lo que eso significaba para mí.

Nadie, excepto yo.

Y así con un par de palmaditas alentadoras del buen profesor de matemáticas avancé hacia dentro del salón.

Más precisamente hacia ti, Wonho.

Tu sonrisa se mantenía presente, luchando consigo misma por ser discreta y perdiendo la batalla mientras tu mano derecha me señalaba el asiento que tenias preparado para mí, justo detrás de ti.

Ese asiento... Ese maldito asiento era el testigo más sincero e inocente de nuestro amor. Sólo él sabía las muchas veces que nuestras manos se unían por debajo de la mesita y los muchos roces que daban nuestras manos por encima de ella con la excusa de una pequeña broma.

Llegué a ti, Wonho.

No al asiento, a ti.. O al menos así lo sentí yo.

Y allí, debajo de aquella pequeña mesa nuestras manos se buscaron con necesidad hasta encontrarse y unirse sin importar ser descubiertos por el profesor.

Entonces miré la unión de nuestras manos y la calidez que emanaba de ti era tan hermosa que dolía.

Y me obligué a retener mis lágrimas simplemente para no arruinar aquel hermoso momento que rozaba a lo perfecto.

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