Mi Aldea Familiar

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El cielo estrellado cubría todo cuando entré a mi casa, no sin antes darle una mirada a la luna, que esa noche era dorada como una moneda. Me dormí inmediatamente al entrar a mi cama, que era paja, algodón y unas mantas. Pensé que mi vida era perfecta, dulce aún si tenía que caminar por días sola en el bosque sólo por recolectar vegetales que no teníamos en el huerto, además de semillas para tintes, hongos y huevos de aves que fueron abandonados, para cuidarlos y tenerlos de mascota.

Sonreí al despertarme. Había soñado con un hada de cabellos dorados y ojos plateados, de armadura blanca y toques de plata. Ella me ayudó en mi sueño a salir de un tétrico bosque y encontrarme con mis polluelos de azulejo y petirrojo, que estaban clamando por comida. El hada me musitó su nombre al oído: Kyara, la de los vientos; y cargaba consigo una espada muy grande, con un símbolo en su hoja. Sentí tan real su presencia que creí verla frente a mí al despertar.

Cuando les conté de mi sueño a mis padres, se asustaron un poco. Me dijeron que era una bruja de los ojos plateados, una Claymore, un ser mitad monstruo que nos protege de los yoma, seres que hacen el mal a los humanos. Mis padres me dijeron que si soñaba de nuevo con ella les dijera, pero crucé los dedos para que si la veía en sueños de nuevo ellos no se enterasen.

Durante una semana seguí soñando con ella. Su cabello estaba peinado en dos largos mechones por delante que sujetaba con largas cintas blancas que los adornaban en toda su extensión, hasta la altura de su cadera. El resto caía en una cascada, contenida por una cinta como las otras desde la cintura hasta sus caderas, dejándolo libre luego hasta los muslos. En sus ojos podía notar a veces que eran dorados como la luna de mi primer sueño con ella, y otras que eran castaños como el tronco de un roble.

En el último sueño de esa semana, ella soltó su cabello y me dio las cintas. Me dijo que yo sería como ella muy pronto y que la conocería en la realidad. Luego, me dio una tarjeta negra con su símbolo, diciendo que lo recordara y que la próxima vez que recibiera esa tarjeta, tendría que encontrarme con ella y ya sabría que hacer. Al despertarme estaba muy confundida. No tenía mucho sentido, pero sentí un dolor en mi pecho.

Mi corazón era débil en comparación al de los demás. Me sentía cansada y mi respiración era entrecortada. Me acurruqué en la cama hasta que me calmé, pues realmente no me quería quedar en casa ese día. Quería ir a recolectar al bosque frutos y bayas, que nos hacían falta para la tarta que íbamos a hacer para el cumpleaños de mi prima pequeña: tres años de vida. Me preparé bien para ello, pues si no se hacía con la preparación adecuada, conseguir los alimentos era más difícil y peligroso. Me esparcí en el cuerpo con ayuda de mi madre una pomada que ocultaba mi aroma de humano, dejando uno a tierra y musgo. Así los depredadores salvajes no me hacían caso, por lo que iba más tranquila. Sin embargo, llevaba un cuchillo conmigo para prevenir.

Esa salida fue muy placentera: sentir el húmedo suelo y las melodías de los animales era un tranquilo paraíso. Los aromas, colores y texturas eran un mundo oculto al resto, el bosque era mi reino encantado. Me tardé casi dos días allí dentro, en los que me refugié en una madriguera abandonada y un tronco ahuecado de un árbol grueso. Terminé con dos bolsas llenas de bayas dulces, rojas y negras como a mi prima le gustaban, además de unas pocas fresas, moras azules y champiñones. Me alegré de obtener tal botín a tiempo, pues al salir faltarían dos días más para la fiesta. Me demoraría otro día en volver, el cual me tomé con calma y me la pasé disfrutando con mis amigos pájaros y un pequeño cachorro que llevé conmigo.

Estaba ansiosa por volver y hacer los dulces, comer, reírme con mis hermanos, primos y tíos, jugar y liberar a los polluelos que aprendieron a volar en mi ausencia. Corrí con confianza y sin hacer mucho ruido al avistar la salida, mientras el cachorro se quedó persiguiendo una ardilla. No podía esperar a verlos a todos luego de tres días en los cuales solo me tuve a mi misma para conversar, mi corazón latía fuerte, pero con calma y sin dolerme como esa mañana en la que me fui.

Pero al llegar, la aldea estaba desierta.

La claymore del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora