Apocalipsis Libro #1

Signo vital

Mucho tiempo ha pasado desde que mi intento de suicidio fracasó. Salí de aquel centro psiquiátrico, porque culeramente mis padres decidieron internarme. Afortunadamente llegaron a la conclusión de que sólo sufría depresión, nada que unas pastillas antidepresivas no puedan controlar. Bueno, estoy fuera. Lejos. Muy lejos se podría decir. Respiro el aire fresco, súper contaminado pero para mi en estos momentos representa libertad, por fin veo gente 'racional' (según), hombres con trajes, personas que fingen cuidar sus cuerpos corriendo, y otros que pierden su tiempo llevando a pasear al perro antes que sacar a sus hijos o a su pareja para un momento de familia. Irónico. Todo parece salido de una película dramática, donde el protagonista ve su alrededor con melancolía antes de morir, pero yo no pienso morir (ahora no). Camino, todo parece perfecto hasta que al intentar cruzar la calle un auto color gris se me atraviesa en el camino. Los reflejos del cristal me noqueaban la vista así que me tuve que tapar parte del rostro. Mis ojos se acostumbraron poco a poco a aquella luz y al poder mirar mejor qué pasaba enfrente de mi sentí que el estomago se me contraía, la piel me quedó caliente, sentía que la sangre me burbujiaba en mi interior, los cabellos se me pusieron de punta más por el susto que por sorpresa. Era ella, en plena mañana, con el sol en todo su resplandor, era Luna quien me seguía una vez más por el naufragio de mi próxima muerte.

Sus ojitos parecían resplandecer por la luz y pude ver que una aureola infinita estaba en su alrededor, sus cabellos que se movían por el lento viento y sus labios que se veían mucho más rojos que lo habitual. Ella en su plenitud más fina se arrojó a mis débiles y flacos brazos para refujiarse de la manera en que solo la nena sabía hacer, me acarició tiernamente el cabello y en un momento que no vi llegar ya nos estábamos fundiendo en un cálido beso. Sus besos eran dulces y aunque me duela aceptarlo fue la primera vez que los percibí sinceros. Hermosa.

Lamentablemente me perdí su bienvenida a los 16 años, ya que fue en los meses que estuve internado. Era una diosa en todas las palabras. Parpadee creyendo que era un sueño o sólo una ilusión que mi mente enferma estaba creando, pero no era así.

Me alejé de sus brazos que estaban a punto de romperme mis débiles huesos. La miré a los ojos castaños, color tierra húmeda (rara descripción), toque su tierna carita que se envolvía en mis manos ásperas y dejó caer un suave beso en mi palma. "Fabri", su voz sonó como un ronroneo, lentamente me acerqué a sus rojos labios para rozarlos provocativamente con los mios.

*el carro gris* ¡claro! El carro gris. Lo busqué tras la niña, ahí estaba, el hombre que me robó el amor de mi vida. Me alejé de ella y con temor e inseguridad la rodee siguiendo el camino hacia casa. No miré atrás. Y ella ni siquiera me llamó, no me gritó, no me lloró, no me sostuvo el brazo con impotencia como solía hacer. No lo hizo. Quizás no le importó o quizás ya aceptó que ya no era de ella.

Caminé y caminé, de un momento a otro me di cuenta que no había llegado a casa. Inconscientemente me dirigí a un lugar que no era adecuado para ese momento ni para el estado de mis emociones. Me encontraba en lo que era el techo de algún hotel (no me fijé del nombre) sólo quería un lugar lo suficientemente elevado como para tirarme si me entran tentaciones. El viento en el rostro, la nena en mi mente. Era de noche y la luna me seguía, implorandome que me deje de dramatizaciones y me lanze de una vez. Y es que no lo puedo evitar, toda mi vida he sido dramático, yo no me iba a morir atropellado o aplastado por un tren, mis planes siempre fueron cautelosos, dramáticos, depresivos.

Suspiré y apoyé mi frente entre mis manos, me quedé ahí, solo, en silencio. Esperando algo, alguien, un insignificante signo vital.