Soñando con su cintura

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Esa noche, cuando me confesó que me engañaba, decidí ahogarme con todo el maldito alcohol. Me encerré en mi cuarto y con más de una botella de licores empezó mi desdicha. Botella tras botella, licor tras licor... En cada trago una vivencia de nuestra intimidad, de su cuerpo, de sus ojitos, de aquella cintura que tanto me gusta. Y ella lo sabia. Sabia que si me mostraba su pequeña cintura era seguro que amaneciéramos juntos, los dos en una misma cama.

De pronto era demasiado el alcohol que tenía en el cuerpo que mi cerebro quedó unos segundos completamente anestesiado, sin poder razonar. Me levanté como pude y dirigí mi mano a mi lugar secreto, donde guardo alguna droga de provisión o algún cúter, que como en estos momentos iba a calmar mi desesperación. Me senté en el sucio piso de mi habitación y me abrí sin piedad el brazo izquierdo, disfruté ver la sangre correr sin nada que la detuviera, me relaje un momento, ahora continuaba el brazo derecho, mientras lo hacia recordé su confesión fría e hizo que me abriera exageradamente la piel. Tiré la cabeza hacía atrás y sentí sus besos en mis labios, sus manos acariciando y curando mis heridas, sentí su cálida presencia a mi lado. Quería que ella viniera a mi, que me curara, que entrara por esa puerta y que se entregue nuevamente a este pobre hombre destruido que no hacia nada más que cometer el pecado de amarla.

La sangre fluía y por un momento mis ojos comenzaron a cerrarse, me iba a morir desangrado (¡que bien!).

Su fantasma se me presentó, envuelta en un vestido que parecía de seda. Su cabello estaba suelto como me encantaba verlo. Sus ojitos que me miraban con piedad, con cariño. Sus manos pasándolas por mis cortadas, sanándolas y curándolas. Aquel vestido desapareció dejándola completamente desnuda. Mi nena, traté de tocarla, juro que traté de tocarla pero no pude. Sus ojitos, aquellos ojitos que me dejaban sin aliento, sin alma, sin lágrimas. Me dejó loco, trastornado.

La amaba, pero mi nena me engañaba en todo este tiempo. Todo era mentira. Todo. TODO. Sus palabras, sus abrazos, sus besos, sus caricias...todo el supuesto amor que me daba no existía...

Me tumbé en el piso helado y húmedo por mi sangre. Me quedé ahí, tan triste y tan seco de ilusiones que me daba igual que alguien me salvara o no la vida, si ella ya se la había llevado.

Apocalipsis Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora