La meningitis y su sombra.

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Basado en un cuento corto de Horacio Quiroga.
Únicamente cambie los personajes, todo lo demás es arte literario de Quiroga.

No vuelvo de mi sorpresa. ¿Qué diablos quieren decir la carta de Shikamaru, y luego la charla de Kiba? Confieso no entender una palabra de todo esto.

He aquí las cosas. Hace cuatro horas, a las 7 de la mañana, recibo una tarjeta de Shikamaru, que dice así:

Estimado amigo:

Si no tiene inconveniente, le ruego que pase esta noche por la residencia Yamanaka. Si tengo tiempo iré a verlo antes. Muy suyo.

Nara Shikamaru.

Aquí ha comenzado mi sorpresa. No se invita a nadie, que yo sepa, a las siete de la mañana para una presunta conversación en la noche, sin un motivo serio. ¿Qué me puede querer Shikamaru? Mi amistad con él es bastante vaga, y en cuanto a la residencia Yamanaka, he estado allí una sola vez. Por cierto que Ino es muy mona.

Así, pues, he quedado intrigado. Esto en cuanto a Shikamaru. Y he aquí que una hora después, en el momento en que salía de casa, llega Kiba, otro sujeto de quien he sido compañero de misión, y con quien tengo en suma la misma relación a lo lejos que con Shikamaru.

Y el hombre me habla de a, b y c, para concluir:

—Veamos, Sai: comprendes de sobra que no he venido a verte a esta hora para hablarte de pavadas; ¿no es cierto?

—Me parece que sí —no pude menos que responderle.

—Es claro. Así, pues, me vas a permitir una pregunta, una sola. Todo lo que tenga de indiscreta, te lo explicaré en seguida. ¿Me permites?

—Todo lo que quieras. —le respondí francamente, aunque poniéndome al mismo tiempo en guardia.

Inuzuka me miró entonces sonriendo, como se sonríen los hombres entre ellos, y me hizo esta pregunta disparatada:

—¿Qué clase de inclinación sientes hacia Yamanaka Ino?

¡Ah, ah! ¡Por aquí andaba la cosa, entonces! ¡Ino Yamanaka, compañera de equipo de Nara Shikamaru, todos compañeros! ¡Pero si apenas conocía a esa persona! Nada extraño, pues, que mirara a Kiba como quien mira a un loco.

—¿Yamanaka Ino? —repetí—. Ningún grado ni ninguna inclinación. La conozco apenas. Y ahora…

—No, permíteme —me interrumpió—. Te aseguro que es una cosa bastante seria… ¿Me podrías dar palabra de compañero de que no hay nada entre Vds. dos?

—¡Pero estás loco! —le dije al fin—. ¡Nada, absolutamente nada! Apenas la conozco, vuelvo a repetirte, y no creo que ella se acuerde de haberme visto jamás. He hablado un minuto con ella, pon dos, tres, en su propia casa, y nada más. No tengo, por lo tanto, te repito por décima vez, inclinación particular hacia ella.

—Es raro, profundamente raro… —murmuró el hombre, mirándome fijamente.

Comenzaba ya a serme pesado el perruno, por eminente que fuese —y lo era—, pisando un terreno con el que nada tenía que ver con la rubia.

—Creo que tengo ahora el derecho…

Pero me interrumpió de nuevo:

—Sí, tienes derecho de sobra… ¿Quieres esperar hasta esta noche? Con dos palabras podrás comprender que el asunto es de todo, menos de broma… La persona de quien hablamos está gravemente enferma, casi a la muerte… ¿Entiendes algo? —concluyó mirándome bien a los ojos.

One Shots (SaiIno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora