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Las horas en San Mungo se pasaban lentamente. Apenas eran las 11 del día y no recibía noticias de su hijo. 1 hora, había esperado 1 hora y aun no sabía que pasaba. Ron había ido por comida, él nunca iba a cambiar. Minutos después sintió una mano sobre su hombro. Se sobresaltó, pero al ver quien era no le importo.

Pansy: Estas muy tenso. –

Draco: No deberías estar en casa. –

Pansy: Me llamaron de la tienda, un pequeño detalle que arreglar. Pensé que necesitarías compañía. –

Draco: Bueno Weasley se fue a buscar comida. –

Pansy: ¿Aun no tienes noticias? –

Draco: No, tengo miedo Pans. No puedo perderlo. –

Pansy: Él va a estar bien Draco, es un Malfoy. –

Draco: Eso espero. –

Luna: Draco, Pansy. –

Draco: Que tiene mi hijo Luna. –

Luna: Uso un hechizo muy fuerte hace unas 12 horas. Es un efecto secundario. –

Draco: Va a estar bien. –

Luna: Estamos haciendo todo lo que podemos. –

Draco: Sálvalo por favor, yo... - fue entonces que alguien apareció cerca de ellos. –Que hace ella aquí? –

Luna: Yo la llame. –

Pansy: ¿Por qué? –

Luna: Es la ministra y es de ayuda. Te avisare cuando sepamos cómo arreglarlo. –

Draco: Ve a casa Pansy. –

Pansy: No, me quedare aquí. –

Draco: No. Por favor me sentiré mejor si estas con Scorp en casa. –

Pansy: Nos vemos Draco, mándame una lechuza si sucede algo. -

*En casa de los Potter*

Un, peli azul cambiaba de forma para intentar hacer reír a la pequeña Paula, mientras Lili y James intentaba acercarse a ella. Pansy Parkinson no entendía porque su hija lloraba ni porque sus hijos no se acercaban a ella. Fueron segundos cuando dos focos y un vaso explotaron.

Pansy: ¡¿Que están haciendo?! –

Paula: ¡Mami! –

Lili: De la nada empezó a llorar y las cosas empezaron a romperse. –

Teddy: No sabemos cómo paso, solo estábamos jugando y ya. –

Pansy: Debe estar cansada, la llevare, a dormir. Arreglen las cosas rotas. –

James: ¡Usare magia! –

Pansy: ¡Solo Teddy! –

James: Pero... –

Lili: Ya escuchaste a mama james. –

Teddy: Bueno, que tal si hacen palomitas mientras arreglo esto. –

James ¡Sí! –

El silencio volvió, pero eso no les importaba a un pelinegro y un rubio que estaban muy ocupados en la habitación. No sabía cuántas veces se habían besado, pero no fue hasta que escucharon a alguien abrir la puerta que se separaron y fingieron que seguían jugando. Por la puerta aprecio una pelinegra con una pequeña en brazos.

El dolor de perderte DRAMIONEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora