Capítulo XIX

2.7K 247 21
                                    

Ana corría mientras el viento le azotaba en la cara, con cada paso que daba sus botas se hundían en la nieve, perdió el equilibrio más de una vez, pero aun así siguió corriendo, sentía como sus lágrimas caían por sus frías mejillas, como el viento helado le cortaba la cara, pero continuó corriendo. Ansiaba dar salida a todas las emociones que se arremolinaban en su interior, necesitaba llegar al acantilado, maravillarse con su grandeza, con la fuerza del océano a sus pies, y tal vez, de esa forma, ver cuán insignificantes eran sus problemas.
          No esperaba que Gilbert dijera que la amaba, pero tampoco que dijera que no lo hacía... se estaría mintiendo así misma si pensara que no esperaba que él la amara, en su fuero interno sentía que lo suyo era algo mutuo, pero se había equivocado, y dolía, dolía mucho.
          Llegó al acantilado, allí el viento soplaba con más fuerza, parecía como si en cualquier momento pudiera arrastrarla con él, cerró los ojos e intentó tranquilizarse, pero fue en vano, un sollozo se escapó de su garganta y empezó a llorar otra vez, pero esta vez sin cohibirse, dejando salir toda su frustración, decepción e ilusiones fracasadas, mientras se arrodillaba en la nieve haciéndose un ovillo.
          Estaba cansada, cansada de Josie, de Billy, de Ruby... ¡incluso de Gilbert!, sabía que era egoísta por su parte centrarse en problemas que realmente carecían de importancia, tenía una familia maravillosa que la amaba y a la cual ella amaba a su vez por encima de cualquier cosa, pero, aunque por un tiempo se sintió una más de la comunidad, había momentos en los que no era así, se veía como un bicho raro, totalmente incomprendida por la gente que le rodeaba... como esa tarde, ¿qué tenía ella de malo?, ¿qué era fea?, ¿qué hablaba demasiado?, ¿por qué se sorprendían tanto de que alguien como Gilbert pudiera estar interesado en ella?, hubo un momento en el que se sintió por encima de todos esos prejuicios, pero cuando apareció Gilbert y la golpeó con la realidad en la cara, se derrumbó, y supo que había sido derrotada por ellos.


          Gilbert no supo cuánto tiempo tardó en reaccionar, los chicos se habían acercado a él sonrientes, pero le era imposible prestar atención a lo que le decían, sólo podía pensar en Ana, en sus ojos, en el dolor que pudo ver reflejado en ellos..., de repente, sintió como si le faltara el aire, necesitaba alcanzarla, abrazarla, decirle que la amaba, rápidamente se zafó de quienes lo rodeaban, y como alma que lleva el diablo, salió corriendo en pos de ella.
          Mientras corría, su mente era un hervidero de ideas sobre posibles lugares a los que se podría haber dirigido Ana, ¿Tejas Verdes?, no, no querría preocupar a los Cuthbert, seguramente iría a alguna parte en el que pudiera estar sola, lejos de la gente, rodeada de naturaleza, así que se dirigió a la zona más alejada del pueblo que se le ocurrió, el océano.
          En cuanto salió del bosque, divisó a lo lejos la figura de Ana, iba corriendo hacia el acantilado, a Gilbert se le encogió el corazón... ¿no sería capaz de...? no, absolutamente no, Ana no era tan cobarde, había pasado por situaciones mucho peores que aquella, pero aun así, la incertidumbre le dio alas a sus piernas y empezó a correr más rápido.
          Ana se paró en seco cerca del borde, y entonces se desplomo de rodillas en el suelo, aún los separaban unos cuantos metros, pero Gilbert vio como temblaba, estaba llorando, y a él se le partió el alma.
          —¡Ana! —la llamó desesperado, quería que supiera que no estaba sola, que él estaba allí para ayudarla.
          Ella se quedó quieta y poco a poco se volvió hacia él, por un momento lo miró como si no fuera real, como si fuera parte de un sueño, pero de pronto parpadeo, y con los ojos aun llenos de lágrimas lo miró frunciendo el ceño.
          —¿Por qué has venido? —le espetó mientras le daba la espalda.
          Gilbert se detuvo a escasos metros de ella, se inclinó hacia delante mientras intentaba recobrar el aliento, hacía tiempo que no corría a tanta velocidad y su pecho dolía con cada bocanada de aire frío que tomaba.
          —He... he venido... —trago intentando serenar los atronadores latidos de su corazón— perdona, estoy... sin aliento —contestó con una sonrisa sesgada.
          —Nadie te ha pedido que vinieras —su voz sonaba ronca.
          —No —dio unos pasos hacia donde estaba sentada, y se arrodillo junto a ella— he venido porque he querido hacerlo.
          Ana empezó a llorar otra vez, y enterrando la cara entre sus manos, Gilbert se acercó aún más y la rodeó con sus brazos. Ella no hizo nada por deshacerse del abrazo, si no que se apoyó en él mientras continuó llorando.
          No sabía cuánto tiempo habían permanecido así cuando Ana se separó un poco de él y lo miró a los ojos.
          —¿Por qué? —le preguntó.
          —Porque, ¿qué? —preguntó él a su vez confundido.
          —¿Por qué has querido venir?, habías dejado bastante claro que no te gusto.
          Gilbert carraspeó nervioso, y se puso en pie, luego le ofreció la mano a Ana para ayudarla a levantarse, está la aceptó y se situó frente a él.
          —Mmm..., verás —Gilbert empezó a sacudirse la nieve de las ropas mientras pensaba que contestar— aquello no era lo que quería decir...
          —¿Ah no?, pues para ser algo que no querías decir, lo dijiste bastante claro.
          —No, pero no me atraía la idea de propagar mis sentimientos delante de toda la clase.
          —Claro, y en vez de simplemente no contestar, preferiste dejarme en ridículo delante de ellos —le espetó sarcástica— sé perfectamente quién y cómo soy, al igual que sé que no te enamorarías de mi ni en un millón de años, pero podrías haber actuado diferente, ahora está claro que alguien como yo no puede gustarle a alguien como tú, que por cierto, no veo en que somos diferentes, aparte de en lo obvio, es más, ¡diría que hasta soy mejor que tú!
          Gilbert no pudo evitar sonreír, incluso en momentos como ese, Ana seguía siendo ella misma.
          —¡Maravilloso!, encima te hace gracia, ¿no crees que sea mejor que tú?
          —No he dicho eso —contestó riendo— seguramente eres mejor que yo en muchísimos aspectos, pero creo que no me estoy explicando bien —y sujetándola por los hombros mientras la miraba a los ojos añadió— lo que quiero decir es que me gustas.

Descubriendo el amor (Anne with an 'e')Donde viven las historias. Descúbrelo ahora