Capítulo 13: Diez días desaparecida

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Medianoche

Cuando por fin se quedó dormida, miré la hora. Ya eran más de las doce de la noche. Me levanté con mucho cuidado de la silla, cogí la fregona y el cubo y subí lentamente las escaleras para no despertarla.

Cerré la puerta con llave y dejé el cubo con la fregona en la cocina. Luego, saqué una cerveza de la nevera y me fui al salón.

Mi móvil empezó a sonar y bufé.

—¿Qué quieres ahora? —pregunté molesto—. No, no tengo tiempo. —Escuché su voz y volví a bufar—. No me molestes más. —Y colgué.

Tiré el móvil en el sofá y me quedé mirando las fotos que tenía justo delante de mí. En una de ellas, vi a Maddie sonriente saliendo de clase.

Dios mío la primera vez que la vi fue como ver un ángel bajar del cielo. Tan dulce, tan perfecta, tan inocente...

Hace unos meses...

¿Se va mucho tiempo, señor? —me preguntó con una sonrisa picarona.

—El tiempo es tan relativo —respondí a la controladora—. ¿Qué es mucho?

Soltó una risita nerviosa.

—Bueno, cuando vuelva a pasar por aquí, me alegrará verle de nuevo.

Le guiñé un ojo y volví a coger mi maleta.

Salir de Europa fue más fácil de lo que habría imaginado. Con 25 años ya era una de las personas más buscadas, pero aquí, en el aeropuerto de Londres, solo les había faltado llevarme en brazos hasta mi asiento.

Tanto trabajo durante estos años y no habían conseguido ni una foto mía. Solo ese estúpido agente del FBI que casi me pilla, pero bueno, seguro que su mujer guardó un bonito recuerdo mío... aunque ya no puede respirar.

¿Debería mandarle sus fotos o sería demasiado cruel?

Negué con la cabeza divertido.

Me dejé caer en el asiento del avión y me relajé. Europa había sido un gran sitio de caza, pero ya me había cansado de las europeas, todas chillonas y sumisas.

Incluso a lo mejor me planteaba dejar esta vida atrás y empezar algo nuevo: un trabajo que me gustara, un grupo de amigos e incluso alguna novia.

Llegué a Chicago a última hora del día y me fui directo al hotel. En menos de cinco minutos estaba dormido profundamente.

Me levanté a la mañana siguiente y bajé a desayunar. Tendría que salir a ver pisos por la ciudad y hacer un poco de turismo.

—Buenos días, señor —me saludó la camarera—. ¿Desea café?

Asentí con la cabeza y la vi sonreír. Aparté la mirada deseando eliminar los malos pensamientos.

Terminé de desayunar y salí del hotel. Caminé por la ciudad mientras llamaba a varias agencias hasta que la vi. Me detuve en seco y la miré detenidamente: era alta con los ojos verdes y el pelo rubio que le llegaba hasta los hombros. La vi sonreír y lo supe. Supe que tenía que ser mía.

Entró en un museo y me fui directo a la taquilla para comprar una entrada para la exposición Facing Freedom. Caminé por los pasillos y la vi mirando un cuadro. Tenía una figura perfecta y bien trabajada. La deseaba tanto.

Me coloqué a su lado y la miré de reojo. Tenía el ceño fruncido, como si estuviese pensando en algo.

—Dicen que esta es una de las mejores exposiciones del museo —hablé a su lado. Me miró y la miré—. No somos conscientes de los pocos derechos que teníamos hace unas décadas.

Salir con vida (EDICIÓN 2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora