Parte 1 Introducción

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TRATO HECHO

by

Lady Graham

. . .

En un largo pasillo de dormitorios, sonó una alarma. Por las puertas, rápidamente se asomarían jóvenes uniformadas; y firmes posarían ante la presencia que se plantaría frente a ellas muy pronto.

Procurando hacer el menor de los movimientos con sus cuerpos, los ojos de todas aquellas bailaban intrigados. Normalmente la alarma sonaba a eso de las seis de la mañana. No obstante, la recientemente escuchada se había activado a las diez de la noche. Una hora, en la cual cuarenta muchachitas huérfanas, debían estar ya durmiendo. En sí, ya lo hacían; empero el ruidoso llamado las hizo levantarse raudamente para formar una cotidiana fila.

Entre las dos hileras, una tosca mujer, conforme caminaba, las miraba con enojo, incrementándose éste en el momento de llegar a la habitación número diecisiete y observar que, de tres de sus ocupantes sólo había dos. Entonces preguntaba enérgicamente:

— ¡¿Dónde está Candice?!

Como respuesta, dos jovencitas se hicieron hacia sus costados para dar un paso, encontrándose la mencionada saliendo del baño y colocando en su cabeza un comiquísimo gorro para dormir.

— Buenas noches, Hermana Grey — saludó la chica. Y quien la miraba de arriba abajo observaba:

— Quiero pensar que ya estabas ahí adentro cuando di la orden de alarma.

— Es que la cena —, la jovencita se tocó un vientre diciendo: — me ha puesto muy incómoda y...

— Está bien. Ahora sal y fórmate con las demás para que todas oigan lo que tengo que decirles.

A toda velocidad, la enferma acató el mandato, uniéndose a una de las perfectas líneas, y diciéndole susurradoramente a su compañera:

— Y me imagino que será muy importante que no pudo esperar hasta mañana

— Calla — le recomendaron temerosamente, — que va a oírte y sin piedad te mandará a dormir en el granero.

— Que lo haga — contestó la rebelde y alzando un hombro, — al fin y al cabo, ya hice de aquel lugar una bella suite. ¿Te conté que con las viejas prendas de Eliza hice dos cortinas?

Debido a que una cabecita hizo negativa, la compartidora exclamaría:

— ¡Se ven hermosísimas! Sobretodo con los encajes de sus largas pantaayyyyyyyy — le hubo seguido a su sentencia.

Y es que la encargada del lugar la hubo pescado de la oreja; y por su rebelde desobediencia la jaló, dando Candice un paso al frente gracias al dolor.

Sobándose y refunfuñando por dentro, la chica oiría en conjunto:

— Como cada tercer domingo de mes, las puertas de este orfanato se abren para aquellos matrimonios que andan en busca de hijos adoptivos. Sin embargo, el día de mañana va a hacerse una excepción. Así que quiero que todas ustedes porten sus mejores uniformes y se conglomeren en la iglesia. Después de realizada una misa, todas podrán convivir con ellos y así ellos puedan elegir. No olviden comportarse si es que desean dejar este lugar.

— Ya lo creo — respondió una quejumbrosa; y porque la oyeron, le respondían:

— Dudo mucho, señorita Candice, que usted logre conseguirlo.

— ¿Y si sí? — la osada actuaba rebeldemente; en cambio, la encargada sugería:

— Prometo comer de sus alimentos.

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