Parte 10

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Consiguientemente de haber ganado en el martillo y felicitado por el éxito obtenido, los tres sonrientes "hombrecitos" fueron a pararse en donde se llevaría a cabo una divertida carrera de costales. Los hombres ebrios que participaban ya provocaban una que otra carcajada entre los espectadores por el simple hecho de estar intentando meterse en ellos. Ahí estaría un premio para aquel que lo consiguiera primero.

Sabiendo que ellos no podían participar por ser los participantes gigantones y fornidos marineros, el trío de amigos optó por ir en busca de otra diversión donde ellos pudieran concursar.

— ¡Comiendo salchichas! — gritó John quien en sí moría de hambre. Entonces Terry miraría a su tercer "amigo" para cuestionarle:

— ¿Qué dices? ¿vamos?

— ¡Vamos! — dijo ella la cual también deseaba comer, sobre todo probar esos restringidos alimentos jamás consumidos con anterioridad.

En el orfanato apenas un gomoso puré de papá, una insípida sopa de fideos y hasta eso pocos trozos de duro pan que debían pasárselos con agua endulzada. En cambio, lo que esa noche probara la haría pedir, después de haber comido 30 entre los tres:

— ¿Podemos regresar mañana por más?

Terry, por estar llenísimo y a punto de sacarlos, le haría una cara desaprobando su idea.

— Bueno, ¿en otra ocasión? — modificó la chica; y el joven...

— Claro que sí. Ahora vayamos a las marionetas.

— Oye, amo, ¡eso es para chiquillos! — se quejó John, el cual todavía venía comiendo, aunque no una salchicha sino un enorme dulce de algodón de color azul. Ese que le convidaba a ella quien también encantada se quedaría con la golosina; y que en lo que se chupaba los dedos decía:

— A mí me gustan los títeres.

— Sí — dijo un lacayo ciertamente burlón, — pero levantaremos sospechas. Además, el encargado nos conoce y puede delatarnos.

— Eso sí es cierto — acordó Terry.

— Entonces, ¿adónde iremos? — indagó Candy robando otro pedazo de golosina. Esa que ofrecía al que le miraba en lo que se lo comía:

— Creo que es todo por hoy —; también rechazaba lo ofrecido.

— ¿En serio? — se desilusionó ella y torcía la boca.

— Sí. Mañana, dependiendo de cómo pasemos el día, veremos qué otra cosa hacemos.

— Está bien — dijo la chica, y se le quedó mirando al hombre que pasaba frente a ellos y también los miraba. Pero la actitud sospechosa al agachar la cabeza y cubrirse así al sentirse descubierto, la hicieron decir: — creo que ya nos descubrieron.

Ante ello Terry giró su cabeza para seguir la dirección señalada por Candy.

— ¿Lo viste, John?

— No, amo, pero será mejor que nos marchemos. Váyanse al camino real y ahí espérenme con la carreta.

Para despistar, los tres emprendieron velozmente un camino; pero a cierto punto de éste, dos se desviaron al Oeste y uno se siguió derecho. Los que se escondieron, aprovechando la negra barda que se les atravesara, con cuidado se asomaban para percatarse de no haber sido seguidos. Porque sí y escuchaban las rápidas pisadas, Candy y Terry volvieron a refugiarse, aguardando en silencio hasta que se perdieran.

Ya que no las oyeron más, el joven Grandchester pidió a su compañía no moverse. Él lo haría para cerciorarse de estar solos.

— ¿Ya se fue? — Candy hubo preguntado muy quedo.

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