Cien vidas eternas atrás.
Había una bestia que se negaba a responder ante el Creador.
La bestia era una entidad, que a veces se mostraba en forma humana, o de ave.
Su piel estaba hecha de llamas amarillas, y sus plumas ligeras brillaban como el magma de volcanes que aún no habían nacido.
Dios lleno de ira, envió a Gabriel para someter al animal.
La espada de Dios, fue en busca de el ave de fuego en unas montañas heladas con un viento indomable.
Al tercer día de llegar, el ángel presenció una explosión de fuego procedente del pico de una de las montañas.
El joven ángel le rezó al Señor. Y así, su Todopoderoso padre, llenó a la criatura alada de fuerza para poder llegar hasta la cima, venciendo al violento viento.
Gabriel, se sorprendió al llegar a la cima y ver el cuerpo de un hombre en el suelo rodeado de ceniza. Después de acercarse con cautela, se dió cuenta de que no se trataba de un hombre.
Con admiración y miedo apreció los tonos anaranjados y rojizos de su piel.
Dios presenciaba el momento nervioso. A través de un rayo, le envió a Gabriel, una espada bendecida por cien sacerdotes para que pudiese vencer a la bestia. Desgraciadamente, el estruendo del rayo, hizo que el Fénix despertase.
Gabriel rápido como una liebre, cogió la poderosa espada clavada en el suelo, y se alejó unos metros preparado para combatir.