Mugrosas, sucias y feas.
Arañas peludas, recorriendo mis pies, intentando alcanzar mis piernas.
Noto mi estomago rugir, y mi garganta estremecerse, mi cuerpo ansía vomitar el almuerzo.
Con mi dedo indice repaso mis labios, y descubro sus grietas con sangre seca a su alrededor.
En medio de infinitas tinieblas hayo a mi cuerpo bajo una cruz, observo su rostro.
Es igual al mío.
Con la ayuda de una escalera y un par de cuerdas, lo cuelgo de la cruz.
Abre los ojos atemorizado, y sus pupilas se dilatan.
Las venas de sus ojos se hinchan rojas.
Se mueve violento, para deshacerse de las ataduras que le privan de libertad.
Cojo tres clavos negros, y un martillo blanco.
Le crucifico, y la dicha recorre mi cuerpo.
Su sangre desprende un olor a vino.
Las pulsaciones de mi corazón, aceleran.
Me enamoro de los gritos que huyen de su boca, tan agonizantes, tan perfectos.
Su torso, me inspira, y el deseo de pintar nace en mis entrañas.
No encuentro pinceles. En su lugar encuentro un cuchillo gris de filo frío.
Empiezo a cortarle la carne, sin causar heridas profundas.
De su cuerpo huyen tantos litros de sangre, que me visto con ellos.
-¡Hossana! ¡Hossana en el pecado!-grité.
Y una divina luz iluminó el cuerpo desfigurado colgando muerto de la cruz.
Dirigiéndome a Dios, susurré:
-En tu nombre, Padre, en tu nombre.