Rut se arrodilló ante la negra figura de la Orisha,
y le dijo que siempre sería su reina.
La dulce Orisha hizo levantar a su amada,
y le dio un beso salado con sabor a mar.Desgraciadamente, Rut, no fue la única estrella que cayó en ese bonito mundo.
Mentiroso, sádico y egoísta llegó el Dios cristiano que corrompió a la humanidad para siempre.
Envenenó el agua de Yemayà, e infestó de maldad la cabeza de los humanos y los distanció de los Primeros Santos.
Los Primeros Santos se armaron de la poca fe que les quedaba de sus seguidores, les pidieron a sus hijos que lucharan a su lado para liberar a sus hermanas y hermanos de tal mal, y le declararon la guerra al Colonizador.Mientras los ejércitos de mortales luchaban contra los fieles seguidores de los Orishas,
el Todopoderoso se enfrentó a los ancestrales Orishas, pero no estaba solo.
Junto al desalmado dios, luchaban doce estrellas, con el poder de destruir toda la creación.
Los Santos por eso, no eran débiles.
Pero ese blanco poder, les abrasó el corazón.
El Señor luchaba con una espada impregnada de la Sangre de Judas.
Hería a los Santos, y les infectaba de traición, convirtiéndolos en sus lacayos.
Luego, le cortaba las alas a inocentes palomas blancas, y las unía con las oscuras espaldas de los dioses.
Y luego hizo lo mismo con millones de semidioses y espíritus que lucharon contra él.La única diosa que quedaba en pie era la de las aguas,
que tras presenciar tanta destrucción, muerte, y esclavitud,
solo quería morir de pena.
Pero no lo haría,
tenía que luchar por Rut,
tenía que luchar por su pueblo,
y tenía que luchar por el orden.La diosa, portaba collares de amarillentos huesos, y negras plumas.
Joyas de oro que teñían su cuerpo entero, y su rostro estaba decorado con pigmentos anaranjados y blancos.
Preparada para matar a ese cabrón, cargó contra él empuñando su lanza de madera.
El choque de sus armas, hizo temblar cielo y tierra.
Y batallaron, y batallaron, y batallaron, y batallaron, y batallaron.El invasor de la cruz temblaba de temor.
Esa negra fue la única que podía rivalizar con su poder.
Rut con un rayo en la mano, voló hacía su hermano, para ayudar a Yemayà a asesinarlo.
Dios estaba perdido.
Moriría allí.
Pero Destino apostó por él, y le dio una oportunidad.
No la desaprovechó.
Cuando Rut estuvo suficientemente cerca del tirano, este, con el filo de su espada maldita, rápido, le hizo un pequeño corte, lo suficientemente profundo, como para que traicionase al único ser que ella había amado.
Contra las dos estrellas, la Orisha era incapaz de vencer, y menos, de dañar a esa estrella que tanto amaba.
Brujos y espíritus usaron todo su poder contra el enemigo, para ayudar a Yemayà a huir.Y ese día, un tal Dios omnipotente emergió, y millones de Iglesias cubrieron la faz de la Tierra, dónde los Nuevos Santos estaban a su merced.
La única Orisha que no cayó en manos de ese endemoniado ser celestial, fue Yemayá, la cual pasó el resto de sus días oculta en el fondo del océano, lamentándose por todos aquellos que perdió.