Hágase tu voluntad. (H.E.R)

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Después de que Naturaleza le salvase la vida a Ezequiel, el Santo, desapareció para no tener que agradecérselo.
Acabó en Lamu una pequeña isla keniana.

La fina arena de la playa de esa isla, se lo tragaba con cada paso.
Un anciano con los ojos anaranjados le advirtió:
-Vete antes de que ella venga a buscarte.
Ezequiel lo ignoró.
Una serpiente se le enredó en la pierna, y le mordió amargo, liberando litros de toxinas.

Al abrir los ojos, era de noche, y se encontraba en una gran cueva húmeda que le recordó al mismísimo infierno.
No tenía fuerzas.

La silueta de una mujer se acercó al Santo.
Cuando la luz de la Luna, la desveló, el corazón de Ezequiel dejó de latir.
Un quemor helado le descendió de la cabeza hasta el pecho, y empezó a asfixiar al pecador.
¿Que lo haría sentirse así?
¿Las gafas oscuras que llevaba su captora?
¿Sus gruesos labios rojos?
¿Sus misteriosas rastas que se movían peligrosas como si poseieran vida propia?
¿Las serpientes vivas recorriendo su cuerpo para protegerla de la desnudez?
¿La cicatriz que portaba en el vientre?
Ese ser le enamoraba tanto como miedo le infundía.

-Medusa.-musitó el Santo. El dolor en su pecho aún seguía vivo, y su confusión aumentó cuando se dió cuenta de que no conocía de nada a esa extraña pero aún así, era conocedor su nombre.

-¿Oggun eres tú?-dijo esperanzada la mujer.
-No.
-Déjalo estar, no importa. ¿Que nombre portas ahora?
-Ezequiel.

Y hablaron. Hablaron rodeados de serpientes, humedad y oscuridad. Estuvieron hablando, el uno sentado al lado de otro, narrando sus mitos.

Violada por una estrella, y castigada por otra, Medusa estaba condenada a que nadie pudiese contemplar sus maravillosos ojos.
Su belleza fue convertida en monstruosidad a ojos de los humanos, que habían sido cegados por la cruz. Se refugió en esta paradisíaca isla, donde sus habitantes la adorarian y ella a cambio, les protegería.

Toda la tristeza de la sacerdotisa atravesó el corazón del Santo.
-Te juro lealtad, y venganza.
-Lo único que quiero de ti, son tus dedos trazando hechizos en mi piel.
Quiero hundirme entre tus brazos.
Quiero que mi ácido recorra tus venas, y que tu vino recorra las mías, Oggun.
Quiero que todo vuelva a ser como lo fue un día.

Sus dos cuerpos pegados.
Sus corazones acelerados.
Y por fin el Santo, sintiendo.

Cuerpos desnudos.
Dos rostros separados por medio centímetro.
Medusa, se quitó las gafas, y le permitió a su amante, contemplar sus pupilas naranjas.
A Ezequiel, le sabieron a un cosmos infinito teñido de llamas.

-Ícaro.-dijo sonriendo la maldita por las estrellas.
Empujó a Ezequiel para que fuera engullido por la arena.
Y mientras el Santo caía atestiguó como una espada decapitaba la cabeza de su musa.
Antes de ser tragado por el suelo, consiguió ver al asesino.
El arcángel Gabriel.

girasoles caídosWhere stories live. Discover now