El Santo, sobrevoló mares,
ciudades, montañas, desiertos,
mil y un paisajes...y nada.
Iba en busca de Perdición,
para que así salvara su alma.
El Santo, sonrió, cuando se dio cuenta, de que las que habían sido alas repletas del blanco más virgen, ahora se habían tornado gris por culpa de la impureza que respiraba el aire.
El Santo, aterrizó en el bosque de los sueños,
infestado de belleza esmeralda.
Halló a Naturaleza fumando en la orilla de un lago rosado.
Naturaleza, vestía de flores, ramas, y hojas, rebosantes de vida.
-¿Estás rota? ¿Acaso eres un ángel caído?-le preguntó el Santo a la madre de las siete ninfas.
-No estoy rota. Solo cambié. Mejoré. Me entregué a este mundo destinado al fracaso. Me dejé absorber por su tierra llena de gusanos, raíces y semillas. A cambio, me convertí en todo esto.
Mi sueño era exponer mis creaciones, en todas las galerías de arte, para que cualquier ser pudiera sentirlas. Y lo conseguí. Todo el verde que brota en cualquier lugar, mires dónde mires, es fruto de mis obras pintadas en lienzos de tierra. Eso sí, sé que algún día, toda esta vida verde procedente de mi vientre, arderá en llamas de miseria y odio. También sé, que junto a todo este verde, arderá mi cuerpo. Porque desafiar al Todopoderoso, tiene un precio.
-Enséñame como. Manchame el alma de colores. Guíame hacia la muerte, y si soy digno, resucitame.-le rogó el Santo con hambre de conocimiento.
-No debes morir, sino renacer.-se acabó el cigarro, escupió su humo, y se hizo una con la maleza.