Antes de que un tal Dios omnipotente existiera y que millones de Iglesias se alzaran sobre la faz de la Tierra, habitaban los Santos.
Eran conocidos como Santos, Dioses u Orishas.
Eran libres, y libre era la humanidad.Yemayá pisó un mosaico hecho de sueños.
En el este, las nubes eran rojas, y su cielo, rosado.
En el oeste las nubes eran amarillas, y su cielo, anaranjado.Ejércitos formados por millones de hombres, iban a capturar a la Orisha, reina de océanos.
Yemayá, rompió la mágica joya, fruto de la magia negra, e invocó un río sin fin, que se llevó todos esos ejércitos que querían apresarla.
La sabia Orisha había dado luz a infinitos paisajes, poblados y corazones.Le dolió que alguien quisiera poseerla y no adorarla o volverse uno con ella.
La intentaron hacer prisionera.
Intentaron hacer prisionera a la orisha, que habia danzado junto a los antiguos.
A la Orisha, que había amado más que nadie.
A la Orisha más poderosa, aquella que albergaba mil reinos, repletos de mujeres y hombres que morirían por ella.
A la Orisha, que había parido a Oggun, guerrero natural, dueño de las muertes de muchos.
A una, de las primeras Santas.
Era un sacrilegio.
Así que con una aguja de oro, cosió una gran ola, que se llevaría el imperio de ese rei emparentado con Santos.
Un rei insensato, que ansiaba tanto acariciar con sus pies la espuma de las olas de la diosa, que lo único que consiguió, fue que esas olas fueran las que le ahogaran.
Mientras ella marchaba sumergiéndose en el agua, sus hijos tocaron los tambores y tiraron flores al agua, y así, hasta que fue tragada por el océano.