El miedo mató a Ícaro.

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El cuerpo del Santo, reposaba en un plácido campo igual de amarillo que el Sol.

Un niño se le acercó inocente y le preguntó curioso:

-¿Esas alas son tuyas?

-Claro que lo son.-contestó el Santo, sonrió, y se levantó para mostrar sus alas orgulloso.

-¡Eres un ángel!-exclamó el muchacho ilusionado.

-No lo soy. Soy un Santo.-señaló la circunferencia brillante que levitaba encima su cabeza.- Las alas de los Santos son mucho más fuertes y grandes que las de los ángeles. Somos pocos Santos en el Cielo, pero los de nuestra clase, solemos ser más poderosos, rápidos, astutos y valientes que cualquier ángel. Mi nombre es Ezequiel. ¿Cuál es el tuyo?

-Alex.-sin quitarle ojo a las alas de Ezequiel, el crío le pidió que le dejase volar con él. El ser celestial aceptó.

El chico sostenido por los fuertes brazos del pecador, miraba boquiabierto su mundo desde arriba.

Era todo tan diferente...Esas nubes que siempre le vigilaban desde grandes alturas, ahora estaban bajo sus pies. Ni tan solo los pájaros se atrevieron a volar tan alto. Ni el mismísimo viento podía detenerlo soplándole con todas sus fuerzas en la cara. El niño no podía parar de sonreír.

-Ícaro.-susurró Ezequiel.

Y dejó de sujetar al niño. Lo dejó caer sin más a más de 700 metros de altura.

Para el pequeño, la caída duró años. Sus lágrimas cayeron al cielo, y sus ojos horrorizados miraban en todas direcciones con la esperanza de encontrar a su madre para que le dijera que todo iría bien. Su cuerpo giraba sin control en el aire. Cada segundo que transcurría, era un segundo menos de su vida. Pero en su cabeza todo se ralentizó, y cada segundo de agonía impregnado de miedo, se convirtió en un año de temor constante para él. Le dolía todo el cuerpo como si alguien le separara los huesos uno por uno, poco a poco.

Cuando su pequeño cuerpo se encontró con el suelo de un bosque, todo ese dolor, cesó.

Al lado del cadáver, se hallaba el Santo,

observando el charco de sangre mezclado con los huesos rotos.

-Te mentí. Los Santos no somos para nada valientes. Sin duda, somos los más cobardes.

girasoles caídosWhere stories live. Discover now