4, cada día.

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– ¡Este sitio es genial! – grita Keira emocionada.

– ¿Verdad que sí? – nos sentamos en una mesa y ella mira la carta con ilusión. Sabía que esta heladería le iba a encantar.

Es un sitio acogedor, estilo años sesenta, con camareras con faldas de vuelo y patines en los pies. Las paredes son de un azul pastel y de fondo suena una canción de rock suave. ES un lugar genial. Pido dos batidos, uno de fresa y otro de chocolate blanco.

– ¿Cómo te va el colegio?

– Genial, el instituto es increíble – me cuenta ella – He hecho muchas amigas, y los profesores son geniales – le sonrío.

– Me alegro, ¿hay alguien que te guste? – ella ríe.

– Todavía no, pero hay un chico muy guapo, voy a álgebra con él.

– ¡Pero bueno, que eres muy pequeña! – ella ríe ante lo que le acabo de decir – Cómo se entere tu padre te cambiará de colegio a uno sólo para chicas.

– Ni lo menciones – airea la mano – Está muy raro últimamente.

– ¿Raro? ¿Por qué?

– No sé – se encoge de hombros mientras pega un sorbo a su bebida – Está más delgado, come poco ... Parece que siempre está cansado, siempre tiene ojeras bajo los ojos.

– Ahora tiene más trabajo, igual está un poco estresado.

– Y no me gusta Faith.

Aprovechar que me llevo bien con Keira para sacarle información es un poco infantil e inmaduro, y también poco inteligente porque saber detalles de su relación con la tal Faith no hace nada más que hacerme daño. Pero quiero saberlo, necesito saber qué tiene ella.

– ¿Por qué?

– Es una pesada, y me mira mal.

– ¿Que te mira mal? – me río por lo que acaba de decir.

– Te lo prometo, es tonta, cuando viene a casa se cree que está en la suya, y no es suya, es de mi padre y mía – me hace gracia porque me recuerda a cuándo ella me odiaba a muerte.

– Tampoco yo te caía bien al principio.

– Ya, pero es diferente, la perra de mi madre metía mierda siempre. En el fondo nunca me caíste mal del todo– junto mis labios en una fina linea.

– Bueno, ahora tienes que estar feliz, estás viviendo con tu padre, como querías.

– Yo quería que viviéramos los tres, tú me gustabas y a mi padre también.

– Pero ya no le gusto, Keira.

– ¿Sabes? Yo creo que sí, lo que pasa que es tonto y le da vergüenza decírtelo – sonrío ante lo que ella me dice y niego con la cabeza mientras remuevo la pajita en el vaso que tengo a la mitad.

– Mejor, vamos a dejar de hablar de tu padre, cuéntame cosas tuyas – ella asiente – Y, oh, mira, te he traído un regalo de Kenya.

Le entrego el paquetito y ella lo mira ilusionada. Lo abre y descubre la figurita de madera tallada con una pequeña notita. Ella la lee atentamente y me abraza.

– ¿Ves? Eres la mejor del mundo.

Sonrío en el abrazo y le aprieto con fuerza. Cómo he echado de menos a esta pequeña niña.

Tras un rato bastante entretenido con Keira la llevo al coche. Le ayudo a subir la mochila porque pesa mucho, ella insiste en que no lo hago, pero lo hago, además, me quedo más tranquila si la veo entrar en la puerta de su casa.

My MorphineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora