Llegó a casa de Rose al atardecer. Había llegado a tiempo, su madre todavía podía hablar aunque no le quedaban muchas fuerzas.
—Hija mía... ¡Qué hermosa estás! Se nota que comes bien allí en casa del señor. Lamento tanto dejarte sola...
—No, mamá. No estoy sola, tranquila. Tengo buenas compañeras en la casa del señor —explicó, eludiendo el hecho de que no pensaba volver a ese lugar.
—Está bien, hija. Prométeme que serás cuidadosa. Sé educada y mantente en el servicio de Lord Neyton. Es tu única posibilidad de tener una vida digna. En otro lugar no nos conocen, y la vida es dura en las calles de Francia.
—No te preocupes mamá. Cuidaré de mi trabajo. No te defraudaré.
Al poco tiempo, Anne dio su última exhalación, dejando a Melba huérfana y sin más familia en el mundo. Los tíos eran demasiado lejanos y los abuelos habían muerto muchos años atrás. Rose le ofreció quedarse un par de días, hasta el entierro. La familia de Rose era pequeña, su marido había fallecido de tuberculosis hacía veinte años y tenía a dos hijos que se encargaban de las labores de campo. Esa era la suerte de Rose, haber tenido dos hijos varones, fuertes y bondadosos.
—Hola Mel —saludó Brian, en cuanto llegó del campo—. Siento mucho tu pérdida.
—Cosas de la edad —repuso resignada al hijo mayor de Rose.
Brian era un hombre de pelo rubio y ojos marrones. Un campesino entregado a su trabajo, muy rural, simple pero con buen corazón. Eran amigos desde la infancia. Solía ir con su madre a repartir leche entre los vecinos. Eso le recordó la amiga de la infancia de Bernard. Al final, cada uno debía quedarse con quien le correspondía. Los barones con los barones y los campesinos con los campesinos. ¿Qué esperaba? Se había permitido soñar; y eso era algo que los pobres no debían hacer.
No quería volver a la señorial. Claro que le importaba la promesa hecha a su madre, por eso alargó el momento de la decisión hasta el máximo. Alargó su estancia en casa de Rose. Primero con la excusa del entierro, luego por el luto y después por un catarro traicionero. A Rose no le molestaba su presencia, mucho menos cuando le había dado unas monedas a cambio de su hospitalidad.
—Hijo, pienso que debería ir considerando el sentar la cabeza —dijo un día Rose a Brian—. Melba es una joven despierta, fuerte y con contactos en la casa del señor. Incluso, en el caso de que os casarais, ella podría seguir trabajando para el Barón si él la acepta. Según tengo entendido, tiene la confianza del ama de llaves.
—¿Así lo piensas? Yo también estuve meditando sobre el asunto. Además, conozco a Melba desde que era una niña. Ahora que el señor Robert y la señora Anne han muerto, creo que sería una forma de honrarles desposando a su hija y haciéndola parte de nuestra familia. Además, como bien dices, es una muchacha fuerte que de seguro dará buenos niños. Y su posición el casa de los señores puede resultarnos muy ventajosa en los momentos más difíciles.
—Entonces, pídele matrimonio. Aunque la petición no será más que una formalidad. Estoy convencida de que ella desea este enlace tanto como nosotros.
Melba se quedó en absoluto silencio cuando Brian le hizo la propuesta. No podía olvidar a Bernard. Pero era completamente estúpido seguir esperándole. Llegó a pensar que algún día la iría a buscar, que se presentaría en el porche de la casa de Rose. Pero nada. Habían pasado dos semanas y el barón no había dado acto de presencia. De seguro estaría muy ocupado con su propia boda. Movida por el rencor, los celos y el buen juicio, aceptó la propuesta de matrimonio de Brian. Le convenía casarse después de la muerte de su madre. Necesitaba familiares y hubiera sido muy vergonzoso rechazar la oferta del hijo de Rose.
La boda se ofició humildemente. Un vestido blanco remendado, un ramo de flores silvestres y unas perdices como banquete. Los vecinos fueron invitados y no hubo nadie que no se alegrara de esa unión. En el fondo, muchos confesaron que siempre imaginaron a Brian y a Melba casados.
No obstante, en medio de la celebración, dos caballos de los más caros llegaron a su altura. Eran dos mozos de la casa señorial.
—Debemos llevarnos a la novia —determinó uno de ellos.
Sabían que había algunos feudos en los que el señor reclamaba la primera noche con la novia. Pero los Neyton no eran así. Jamás habían solicitado a una recién casada. Por eso, se extrañaron.
—¿El señor la ha reclamado? —preguntó Rose, temerosa y confundida—. Lord Neyton no practica esa ley feudal... Siempre ha respetado a las novias...
—Esta vez quiere hacer uso de su derecho y quiere tener la primera noche con la novia.
Brian se molestó, se enrabió. Cogió un rastrillo y lo alzó en dirección a los mozos pero Melba lo detuvo. Sabía que su recién esposo tenía las de perder y no le deseaba ningún daño. Mucho menos sabiendo que ella era la culpable de todo aquello. Si no hubiera accedido a los halagos de Bernard... ¡Pero eso había llegado demasiado lejos! ¡Si juraba ser un hombre sensato, debía dejarla en paz! Acompañó a los hombres a la mansión donde nadie la recibió excepto el ama de llaves.
—¿Por qué no nos dijiste que te ibas a casar? —reclamó la mujer—. El señor ha estado preguntando por ti desde que te fuiste.
—¿Ha tenido tiempo de eso? Pensé que cuando se casara, no se acordaría de mí...
—¿Casarse?
—Sí, con la hija del Barón de Foie. Lady Christine.
—No sé de qué estás hablando, Lady Christine se casó con el primo de Lord Neyton hará dos semanas. Estaban prometidos desde que eran unos niños...
Aquello heló la sangre de Melba. Había mal interpretado las palabras de la joven. Cuando habló de "nuestra boda", imaginó que se refería a la de ella y Bernard.
—...El barón está muy enfermo, ha contraído una enfermedad muy díficil de curar...—continuó el ama de llaves mientras recorrían los pasillos hasta llegar a la alcoba del Barón.
Melba no sintió el pulso en cuanto vio al verdadero amor de su vida postrado en la cama. No se movía y tenía los ojos cerrados.
—Milord —demandó, acercándose a él.
—Déjenos solos —pidió el Barón al ama de llaves.
La miró a través de aquellos ojos azules que se estaban extinguiendo.
—¿Por qué? —demandó, con un hilo de voz sin dejar de mirarla.
—Yo... —Le tembló el labio—. Yo pensé que.... Me he casado. Soy la mujer de otro hombre ahora... —confesó como quien se ve acorralado por su acusador.
—Lo sé. Pero... ¿Por qué? Yo te amaba, Melba. Te amé con locura. Maté a mi padre, por ti. Lo maté por ti. ¿Cómo pudiste irte sin decirme nada? Quise ir a buscarte pero caí enfermo el mismo día que te marchaste... No me escribiste ni una sola vez.
—¿Por qué no mandaste a alguien por mí? Te estuve esperando... Yo pensaba que esa mujer...Lady Christine... Era tu prometida.
—Sólo viste lo que quisiste ver. Tenías miedo de amar a un noble y salir perjudicada. No me diste una oportunidad, no confiaste en mí. Busca en ese cajón —Melba obedeció y sacó una cajita de terciopelo—. Ábrela.
Encontró un anillo. No sabía leer pero reconocía su nombre en el grabado que había en su interior.
—Iba a dártelo el mismo día que te fuiste. Quería hacerte mi esposa...
—Pero... ¿Cómo? No soy más que una plebeya. Ni si quiera soy culta, ni instruida. ¿Cómo encajaría en tu sociedad?
—Sigues teniendo miedo. Te quedaste con lo fácil. Casarte con tu vecino era fácil. Vete, Melba.
—No. No quiero dejarte solo. —No deseaba abandonarlo en la enfermedad. Se sentía demasiado culpable por todo lo ocurrido.
—¿Me amas?
—Por supuesto que te amo, Bernard. Más que a nada en este mundo —dijo con lágrimas en los ojos, sintiendo verdadera pena por Brian. Pero no amaba a su esposo, amaba al Barón. ¿Por qué había sido tan impulsiva? ¿Por qué no había hablado las cosas? ¿Por qué se había dejado mover por los celos? En el fondo era una cobarde. Una campesina que no había sabido amar a un noble. Había terminado haciendo lo que hacían todos. Y no era capaz de imaginarse en otra vida que no fuera la de una pobre criada. Suponía que esa era la diferencia entre los ricos y los pobres. Que los ricos piensan que merecen todo cuanto desean y los pobres se limitan incluso cuando tienen lo que desean en la palma de su mano
—Entonces, quédate.
Lo cuidó por días, pero Bernard no mejoraba. El pronóstico de los médicos era desfavorable y ya estaban preparando a su sucesor. En ese caso, su primo y Lady Christine.
—Escúchame Melba —pidió el Barón, a punto de expirar—. Te he amado como no he amado a otra mujer. No importa que jamás haya estado en tu interior, los momentos de felicidad que pasamos juntos fue suficiente para mi corazón. Lamento no haber sido yo tu esposo. Pero no lamento que tengas a un esposo esperándote cuando yo muera. He ordenado al ama de llaves que os dé trabajo a ti y a Brian en la casa cuando yo no esté. Él se ocupará de la leña y tú podrás seguir haciendo lo que hacías. Vendrá mi primo. Él será el nuevo Barón. Se llama Jean Pierre.
La muerte de Bernard no fue más que otro duro golpe en la joven vida de Melba. Su rostro ya no era el de una muchacha resuelta. Las ojeras marcaban sus ojos y la pena se transmitía a través de sus pupilas. En cuestión de un año había perdido a sus padres y a su amado. Cuatro muertes y una boda. Debía reconocer que sintió cierto consuelo cuando vio llegar a Brian a la casa. No, no lo amaba ni lo deseaba. Pero sí sentía afecto por él. Y eso podía ser suficiente para un matrimonio bien llevado.
Brian se instaló junto a ella en una habitación un poco mas grande de la que le había sido asignada el primer día. Bernard se había encargado de que no le faltara nada cuando él muriera. Y al cabo de pocos días, cuando la casa estaba de luto y todos vestían el negro riguroso...Llegó el nuevo Barón.
Jean Pierre era un hombre nariz aguileña y ojos pequeños. Desagradable a la vista y de actitudes pretenciosas. Llegó a la propiedad con muy poco respeto por la reciente muerte de su primo. Ni si quiera su esposa, Lady Christine, llevaba el luto. Y no sólo eso, sino que portaba unos vestidos escandalosamente abiertos y coloridos.
A Melba le ardía la sangre cuando los escuchaba reír. ¡No respetaban nada! Le recordaban al padre de Bernard. Los típicos aristócratas.
—Niña, ve y tráeme una copa —le ordenó Lady Christine en un tono ofensivo. Ella obedeció. Pero algo la retuvo al otro lado de la puerta, escuchando lo que los nuevos Barones decían.
—Querida, triunfaste. Berni cayó en cuestión de días.
—El veneno que me dio la curandera resultó muy efectivo.
Melba se llevó las manos a la boca para ahogar el grito de horror. ¡Lo habían matado!
—¿Cómo lo hiciste?
—Con una taza de té. En cuanto la criada se negó a traerla, fui personalmente a buscarlas. En el camino, puse las gotas...
Melba no podía creerlo... ¡Tenía parte de la culpa! ¡Si hubiera servido ella el té! ¡Oh, Dios mío! ¡Era horroroso! Sintió la necesidad de quitarse la vida, le pasó por la cabeza hacerlo... Pero no iba a dejar que salieran con la suya. Eran un par de serpientes, y como tal, debían ser aplastadas.
A media noche, cuando Brian ya roncaba, se levantó de la cama y anduvo hasta la alcoba en la que tantas veces había amado a Bernard. Pero que ahora estaba ocupada por aquellos usurpadores. Entró en ella sigilosamente, regó el suelo con aceite y prendió fuego. Después, salió atrabancando la puerta. No contó con encontrarse al ama de llaves justo al salir.
—Yo... —sintió el corazón en su garganta.
—Yo hubiera hecho lo mismo.
Seis muertes, un amor verdadero y una boda por conveniencia. Ese era el resumen. Después de Jean Pierre y Christine le siguieron en la línea de sucesión una pareja joven y encantadora. Russeau y Marie. Un matrimonio con siete hijos que no podían creer que Dios los hubiera bendecido con una baronía. Siempre habían creído que era imposible que el título llegara a ellos. Puesto que sus primos eran hombres jóvenes y saludables.
Melba y Brian dedicaron su vida al servicio de los nuevos Barones, tuvieron un hijo, de nombre Bernard, y una hija, de nombre Anne. Llevaron una vida tranquila llena de respeto, confianza y sincero aprecio.—————————————
PRESENTACIÓN DE LA AUTORA
¡Hola, querida lectora! Primero de todo, quiero darte las gracias por leer mi relato. Si te ha gustado, por favor, házmelo saber en los comentarios, que leeré y contestaré con mucho gusto.
Sobre mí: escribo historias donde la gente se quiere mucho, con muchas muertes y mucho drama. Me encanta escribir cosas diferentes aunque al principio parezcan comunes. Si te gustan las novelas donde nada es lo que parece, puedes ir a mi perfil @MaribelSOlle y encontrar tu próxima lectura. Aviso: Contenido Adulto en mis escritos.
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Relatos de mujeres
RandomPersonajes atípicos con sus ilusiones y despechos; con sus anhelos y fantasías: con sus amores y desamores; protagonistas a través de la historia. Relatos de mujeres, un compendio de ellos con la visión de ocho féminas.