—¡Tú! —la cólera comenzó a recorrer todo mi cuerpo.
Intenté abalanzarme sobre él pero dos guerreros me lo impidieron dándome golpes en las dos piernas. Sentí como algo se rompía.
Los golpes no dolieron tanto como verlo allí parado, con un rostro que intentaba fingir que no me conocía, al lado de su familia. Me había dejado sola a mi suerte, con un hijo en camino y al borde de la muerte. No era un hombre iluminado, su hipocresía me hizo ver que los dioses realmente no existían y que yo saldría sola del lío en el que estaba metida.
—Eres una maldición para el resto del pueblo, debemos sacrificarte para apaciguar el enojo de los dioses y que vuelven a poner fértiles nuestras tierras. Has sido tú la desgracia de esta nación y ahora serás su salvación.
—La desgracias del pueblo no se debe a los dioses, son seres que ni siquiera existen—expuse con frialdad. Todos jadearon horrorizados.
Otro golpe fue directo a mis costillas haciéndome gritar del dolor. Pensé en mi hijo, lo perdería si seguía de esa forma.
—¡¿QUIÉN TE CREES QUE ERES?! — vociferó el hombre verdadero, el rey del pueblo—. El sacrificio será mañana— lloré en silencio.
—No— traté de alzar la mirada para ver quien era el dueño de aquella voz.
Era el hijo del rey el que se había negado. Todos lo miraban estupefactos, hasta yo lo observé con asombro e intriga, pero el solo me sonrió dejándome consternada.
—Contempla esos ojos padre, ¿No te das cuentan que reencarnan las aguas de los sitios de los rituales más importantes de nuestra nación? Esto no es una maldición ¡Es una bendición!- gritó con algarabía—. En vez de hacer un sacrificio propongo acordar un matrimonio...conmigo.
Las voces alteradas, protestando y apoyando la idea del noble llenaron el templo.
Observé a Coatl quién se levantó anonadado. Fue el único que no opinó.
Finalmente todos acordaron en celebrar el matrimonio en dos días. Antes de salir del templo escoltada por los guerreros, Coatl le pidió que me dejaran sola con él. Me negué rotundamente, el dolor aún estaba presente, aunque quería odiarlo con todo mi ser era imposible. A pesar de mis negativas la jerarquía de él seguía siendo más alta que la mía, así que lo obedecieron.
—No puede casarse—manifestó preocupado. No parecía enojado, tampoco arrepentido. No mostraba ningún signo de culpabilidad por haberme abandonado. Me sentí aún más furiosa y lastimada por eso.
—Es algo que usted no decide— respondí con la misma frialdad y cordialidad.
—Usted no lo entiende— se acercó más a mi—. Usted no puede casarse. Váyase de aquí, lejos, no vuelva. Pero no puede casarse—me advirtió temeroso.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escucharlo.
—¿Por qué me tratas así?- sollocé—. ¿Por qué eres tan cruel conmigo? Yo te amo Coatl, con todo mi espíritu, tu dijiste que también lo hacías ¿Entonces por qué haces esto?¿Por qué me lastimas tanto? — sollocé.
Me miró con lástima y mi ser terminó de resquebrajarse al ver esa mirada que nada tenía que ver con Amor.
—Lo lamento. Solo váyase.
En ese momento preferí el sacrificio antes que casarme y volverme una monarca. De no ser por mi hijo no se lo que hubiese pasado.
Los siguientes días fueron los días más lujosos de mi vida. Me curaron las heridas y me alimentaron como toda una miembro de la nobleza. Los curanderos intentaron revisarme pero me negué alegando que me sentía bien, no podía permitir que vieran mi embarazo.
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Relatos de mujeres
RandomPersonajes atípicos con sus ilusiones y despechos; con sus anhelos y fantasías: con sus amores y desamores; protagonistas a través de la historia. Relatos de mujeres, un compendio de ellos con la visión de ocho féminas.