Corría el año 1918.
Los países batallaban reclamando sus derechos, un nuevo régimen político y social se estaba creando, nuevas ideologías estaban surgiendo, el progreso tecnológico avanzaba a pasos agigantados y, a su vez, las personas estaban descubriendo nuevas formas de vivir su vida.
El mundo estaba cambiando en todas partes.
En todas partes... menos en la aldea de Santa María, un pueblo perdido en una montaña de España en el que, al estar completamente ajeno al ajetreo externo, los días transcurrían con total normalidad.
A las siete cantaban los gallos, salía el sol y con él los pueblerinos de sus casas, preparados para otro duro día de trabajo y, a las nueve, se iba y con él los cansados hombres y mujeres se retiraban exhaustos a sus hogares tan solo para dormir unas breves horas antes de comenzar de nuevo a trabajar.
Día tras día, semana tras semana, las mismas personas trabajaban los mismos campos, mantenían las mismas conversaciones con sus vecinos de toda la vida y aguardaban con ansias el próximo día de descanso y, de esos, solo había tres(las tres fiestas patronales que, en esos momentos, ya habían pasado).
¿Cómo no se desesperaba la gente? Pensaba Clara una mañana como cualquier otra mientras, fingiendo mediante breves asentimientos realizados metódicamente cada cierto tiempo, fingía atender la charlatanería de su madre y dejaba su mente divagar en lo que ella consideraba "sus desgracias".
-Hoy al fin llegará el nuevo párroco y...- decía su madre contenta.
Clara se estremeció.¿Cómo lo daba hecho su progenitora? Vivir una y otra vez el mismo día, interminablemente, y aún así... sonreír.
-¿Sabes? Esta mañana me he cruzado con Carlos en el camino de vuelta y me ha dicho que vendrá a verte esta tarde.- le dijo su madre en un tono pícaro que al fin logró llamar su atención.
-Qué bien.- le contestó ella sin más intentando zanjar así el tema. Su madre no se lo permitió.
-Y está muy guapo. Sabes hija, creo que....-y aquello fue el aviso que Clara necesitaba para levantarse y salir de allí lo más rápido que pudiese.
-Voy a dar una vuelta al bosque andes de que anochezca. Las azucenas deben de haber florecido ya y...- se apresuró a explicarle a su madre mientras se levantaba del banco donde había estado sentada y se acercaba a la puerta.
-Clara.- le respondió ella con el ceño fruncido. Pero justo cuando ya tenía la mano en el pomo de la puerta...- Ya solo falta un mes.¿Lo sabes, no?- su hija sonrió agriamente sin mirarla y asintió.
-Sí, lo sé.- afirmó mientras salía de prisa del lugar.
Y vaya que lo sabía.
Un mes, esa era su fecha límite.
Un último mes de tranquilidad. Un último mes de felicidad. Un último mes de libertad.
Un último mes antes de su boda.
Clara sabía que su madre no lo hacía por mal. Era normal que estuviera emocionada, al fin y al cabo, su única hija se iba a casar.
Y no con cualquiera, si no con Carlos.
Alto, de cara angulosa y cejas pobladas, barbilla suspicaz, mirada penetrante, cabellos castaños, ojos castaños....
Era un hombre hecho y derecho, cordial, responsable y atractivo, no de una manera llamativa y exuberante, pero lo era.
Y por encima de todas aquellas cualidades, era el señorito del pueblo, y eso lo hacía el mejor partido que su madre jamas pensó que podía haber cazado.
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Relatos de mujeres
RandomPersonajes atípicos con sus ilusiones y despechos; con sus anhelos y fantasías: con sus amores y desamores; protagonistas a través de la historia. Relatos de mujeres, un compendio de ellos con la visión de ocho féminas.