Capítulo treintiocho

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Días después, toda la familia se regocijaba de la felicidad del futuro matrimonio Ordóñez - Tallarico Rinaldi.

Mar, sonreía todo el tiempo. Parecía que casi no le había afectado la muerte de Thiago...

¿O si?

Ella estaba haciendo sus cosas con tranquilidad, cuando el corazón le dió una puntada.

Dolor.

Un vacío tan grande como el universo.

"Thiago está muerto." se repetía así misma una y otra vez.

Por su mente pasaron millones de recuerdos, sentimientos, canciones... un montón de cosas que no dijo. Y ahora es tarde.

Sintió gotas cayendo por su mejilla y recién en ese momento pudo advertir que estaba llorando, quieta, inmóvil.

Por que no podía creer que su alma ya no exista, que se haya ido pensando que lo odiabamos. No, nunca podrían hacerlo. En el fondo, sabemos que por más errores que existan, eso nunca pasaría.

No podía odiar a aquel joven Thiago que la rescató de la fuente.

"Se fue, Thiago se fue. ¿Cómo se lo digo a los chicos?"

Marianella por fin estaba cayendo: el dolor llegó.

Como si hubiese olido la angustia de Mar, apareció Laureano, aún en el cuerpo de Thiago.

Apareció silenciosamente, como si hubiese pasado atravesando una pared, como si Mar no pudiese escuchar nada.

Aún llorando, Mar le dice:

M - ¿Qué hacés acá?

B - ¿Papá?

"Thiago", sorprendido, abrazó a su hijo, quien parecía no mostrar signos de aquella pierna rota.

T - Vine a verte, te extrañaba.

B - Yo también, que bueno que viniste... Tengo algo muy importante que decirte.

M - Brunito, amor, no es momento. Mamá y papá están hablando. Andá a la pieza por favor.

B - Mami, es cortito.

Se gira y mira a su padre.

B - Yo sé que venís a visitarnos poco porque te sentís mal por haberme, pero no tenés que sentirte así. Yo soy chiquito pero no tonto, pá.

T - Hijo, no...

Laureano no quería que él diga esas palabras.

B - Yo te perdono.

Bruno le da un beso a su padre y corre a su habitación.

Laureano, empezó a moverse erráticamente de lado a lado y en toda dirección: casi como si hubiesen echado agua bendita a un demonio.

¡Eso! ¡Ahí está la clave! ¡El perdón es la clave para destruir a Laureano!

El antigüo Ángel de Eudamon nunca predijo esta variable, no supo que hacer.

Siguiendo un vano impulso, se abalanzó sobre Mar, y puso sus manos en su cuello. Un humo oscuro empezó a llenar la habitación hasta que ocurrió lo impensable: de Mar brotó una luz que, increíblemente, iluminó las sombras.

Laureano se dió a la fuga, y la Llave Intuitiva quedó sola y sorprendida en el medio de ese cuarto.

Segundos después, se miró al espejo: seguía iluminada. Pero lo más bello no era eso.

Lo más bello es que la mayor concentración de luz residía en su panza.

ᴘʀᴏᴍᴇsᴀ [ᴄᴀsɪ áɴɢᴇʟᴇs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora