Epílogo

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Vimos resurgir este amor casi desde las cenizas.

Los vimos vencer sus miedos, los vimos luchar contra todas las adversidades que la vida les presentó.

Y salieron victoriosos, porque Marianella y Ramiro, años después de esto, siguen casados y viendo crecer a Federico, su bello hijo.

Obviamente, no hay señales de Laureano, y su sobrino y Charly fueron apresados por el secuestro de Santino.

¿Thiago? Él fue enterrado junto a su padre. No junto a Juan Cruz, junto a Bartolomé.
Tendrían que haber visto la tristeza en los ojos de los niños...

Lo recordamos como lo que fue: un gran amigo, un gran marido y un gran padre. No recordaremos jamás a Thiago por los errores que Laureano le hizo cometer, o por los errores de los cuales se arrepintió y perdonamos.

"A pesar de la vida, que se esfuerza en tirarnos pálidas, supimos luchar una vez más. Y valió la pena, porque somos felices..." pensaba Mar, mientras miraba a su familia.

Ramiro, a su lado, pensaba: "yo estaba triste, era un completo desgraciado. Vivía en las sombras, con una herida abierta por un viejo amor. Ella supo curarme..."

"... No me arrepiento de nada, sólo me hubiese gustado salvar a Thiago, él no se merecía ese final." - Mar

"... En el proceso perdimos muchas cosas, pero también ganamos. Ahora, viendo a mi hijo jugar y correr con sus hermanos, sé que valió la pena." - Rama.

Y así pasaron años y años, décadas y décadas, dónde ellos siguieron amándose y discutiendo como siempre lo hicieron. Pero el amor siguió ahí, encarnado en lo más profundo de sus almas.

Federico se hizo adulto, sin tener miedo de nada. Para el no existía la posibilidad de que ese ser maligno reaparezca.

Él creció sabiendo que en esta vida no hay que quedarse con culpas, hay que buscar la redención y el perdón: después de todo, eso es lo que casi lo lleva a la muerte.

Sus padres le enseñaron el valor de perdonar también, desde pequeño el supo que el perdón es liberarse y liberar, sanarse y sanar.

Y casi sin que ellos lo quieran, Federico aprendió lo que es el amor. Lo supo al ver a su madre regañar a su padre por ser "un lento, un dormido, un tortuga...", mientras él le contestaba que ella era "una loca, una frenética, una histérica..." y luego de eso callaban. Callaban, se miraban y corrían a abrazarse y besarse.

"Ay perdón, no puedo... no puedo decirte nada malo." le contestaba siempre la petisa.

"Yo tampoco, mi amor. Te amo."

Nunca peleaban realmente, solo eran discusiones de niños, por cosas de niños. Eran dos adolescentes.

•••

M - Al final, la promesa que hicimos se cumplió, ¿viste?

R - ¿Te parece si nos prometemos otra cosa?

M - ¿Qué cosa?

R - Que nos vamos a amar para siempre, ¿es una promesa?

M - Es una promesa.

Fin.

ᴘʀᴏᴍᴇsᴀ [ᴄᴀsɪ áɴɢᴇʟᴇs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora