Sexy Semental

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_________ cogió la bolsa de papel marrón en la que llevaba el almuerzo y se sentó fuera, en lo alto de la escalinata de la biblioteca. Abrió el termo de leche y contempló la Quinta Avenida.

—¿Eres la nueva bibliotecaria? —le preguntó una mujer mayor que se detuvo a su lado antes de bajar la escalera.

—Sí, soy ________—respondió ella, mientras masticaba tapándose la boca con la mano.

—Bienvenida. Soy Margaret Saddle.

La incomodaba estar sentada mientras la mujer permanecía de pie, así que _________ se levantó y se alisó la falda plisada de algodón que llevaba.

—Ah, sí. Usted trabaja en la Sala de Archivos, ¿verdad?

La señora Saddle asintió.

—Desde hace cincuenta años. —Vaya, es... impresionante.

Margaret tenía el pelo blanco, peinado en una media melena, y los ojos de un azul muy claro. Aparte de colorete en las mejillas, no llevaba maquillaje. Lucía un collar de perlas de varias vueltas y, si ________ tuviera que apostar, diría que eran auténticas.

La mujer volvió la mirada hacia el edificio.

—Éste es un lugar al que merece la pena dedicarle toda una vida profesional —afirmó—. Aunque todo ha ido de mal en peor desde que perdimos a Brooke Astor. Bueno, encantada de conocerte. Ven a visitarme a la cuarta planta cuando quieras. Probablemente tengas preguntas y Dios sabe que ningún otro se apresurará a responderlas, si es que sabe la respuesta. Bueno, disfruta del sol.

________ deseó decirle que se había especializado en Archivos y Conservación, pero no quería que pareciera que estaba compitiendo con ella. Sin embargo, no le cabía duda de que hubiera preferido pasar los días trabajando con Margaret Saddle que con Carlotta.

La mujer se alejó y ______ se volvió a sentar en el escalón, sin acordarse de que había dejado el termo de leche abierto. Lo volcó, la leche se derramó por la escalera y la pesada tapa cayó rebotando como una pelota.

Ella se quedó horrorizada, sin saber de qué debía ocuparse primero, si del creciente charco de líquido blanco o de la tapa que brincaba cada vez más rápido hacia la Quinta Avenida.

Levantó el termo para detener el flujo de leche y luego corrió escaleras abajo para alcanzar la tapa, pero antes de que hubiera podido bajar demasiados escalones, vio que un hombre alto y de anchos hombros la interceptaba con un rápido movimiento de la mano. Alzó la vista hacia ella, sus ojos eran de un oscuro café, casi negro. Cuando se aproximó, le sorprendió notar que el corazón le empezaba a latir con fuerza.

—¿Esto es suyo?

Alzó la tapa con una leve sonrisa en el rostro, un rostro de facciones duras, tan toscamente bello que resultaba turbador. Tenía los pómulos altos, una nariz bien definida, unas cejas pobladas, un bigote y una pequeña barba bien delimitada. Su pelo era brillante y oscuro y lo llevaba tan bien peinado, eso lo hacía ver más perfecto. Era mayor que __________, de unos treinta años.

—Oh, sí... Lo siento. Gracias.

Cogió la tapa y, aunque se encontraba un escalón por encima de él, la superaba en altura.

—No es necesario que se disculpe. Aunque, ahora que veo el desastre... quizá sí.

Avergonzada, ella siguió su mirada hasta el charco de leche.

—Oh... lo limpiaré. Nunca dejaría que...

Pero su sonrisa le indicó que sólo bromeaba.

—Tranquila —le dijo, al tiempo que le devolvía la tapa de plástico negro.

La Bibliotecaria (con Ignazio Boschetto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora