Four Seasons

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A la seis, ______ bajó la escalera sur hasta el vestíbulo de entrada de la biblioteca y salió a la cálida tarde de verano.

La verdad era que no esperaba que Ignazio Boschetto estuviera allí. Tras todo un día de trabajo, había llegado a la conclusión de que el libro de Bettie Page y las notas era una bobada, una broma como castigo por haberlo sorprendido en el cuarto piso.

Aun así, el pulso le iba a mil por hora cuando bajó la amplia escalinata de mármol hasta la Quinta Avenida. Una vez allí, se alisó tímidamente la falda y se abanicó con el libro de bolsillo que llevaba.

—¿Dónde está el libro de Bettie Page?

Sobresaltada, se dio la vuelta y vio a Ignazio detrás de ella. Estaba increíblemente guapo, con un traje oscuro y una corbata de un intenso color púrpura. Sus ojos, oscuro que contrastaban con el leve tono dorado de su piel, estaban fijos en ella con una intensidad que la dejó sin respiración. De nuevo se maravilló de la perfección de su cara, de sus espectaculares y elegantes rasgos que, de algún modo, eran hermosos, pero también marcadamente masculinos.

—¿Qué?

—El libro ilustrado que te he regalado. No creo que quepa en ese andrajoso y pequeño saco que llevas —respondió, mirando con desdén su bandolera Old Navy.

—Todo lo que necesito lo llevo en este bolso, muchas gracias.

—Espero que eso incluya el libro.

Ella se colocó bien el bolso en el hombro y contestó:

—No, no lo incluye.

—Ve por él —le ordenó.

—¿Perdona? - exclamo con una cara de desaprobación «¡Descarado!» pensó ella.

—Me miras como si te hubiera dicho algo ofensivo. ¿Mi nota no decía que eran "deberes para casa"? Eso significa que debías llevarte el libro. ¿De acuerdo?

—Sí... excepto que no sé por qué deberías ponerme deberes.

Él sonrió, revelando un hoyuelo en la mejilla derecha.

—Supongo que me gustaría ser tu profesor. —Entonces se puso serio. Seguía con los ojos clavados en ella, desconcertando la—. Te sorprendería lo que podrías aprender.

______ tragó saliva con fuerza.

—Vamos, complace me —le pidió.

Con un suspiro, ella decidió seguirle el juego. Por el momento. Volvió a subir la escalera.

—Y rápido —le gritó.

_____ se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada. Ignazio soltó una sonora carcajada que hizo que a ella le resultara imposible no sonreír.

Ok, de acuerdo, podía ser encantador. «Pero esto es una locura», se dijo. ¿Por qué estaba dejando que aquel tipo le diera órdenes? No sabía si era por la curiosidad de descubrir lo que tramaba, por su tendencia a querer complacer a la gente, o, la opción más patética, la embarazosa atracción que sentía por él.

En cualquier caso, entró a toda prisa en la biblioteca, se dirigió a su escritorio, cogió el libro y se lo pegó al pecho con un brazo, sorprendida con su peso. De repente, le vino a la cabeza una idea inquietante: ¿y si cuando saliera él se había ido?

No supo por qué eso la puso tan nerviosa. ¿Y qué si se iba? Descartaría todo el asunto como un alocado momento propio de Nueva York. Pero en cuanto salió, lo vio en la puerta, había subido también. Volvió a fijarse en su aspecto impecable, desde el traje a medida hasta los impolutos zapatos. En contraste, se sintió acomplejada con su falda ancha y larga y la sencilla blusa de manga corta que tenía desde el primer año de facultad.

La Bibliotecaria (con Ignazio Boschetto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora