Cenicienta 1/3

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El piso viente estaba en silencio. _______ avanzó por el pasillo enmoquetado segura de que alguien la detendría y le preguntaría qué estaba haciendo allí, pero nadie lo hizo.

Encontró la habitación 2020 y metió la tarjeta en la ranura, mientras una parte de sí misma esperaba que no se abriera. Pero cuando hizo presión en el picaporte, éste se movió sin problemas bajo su palma.

Una vez dentro, se encontró rodeada de tonos de beige y rosa, madera clara y mármol. La decoración era sobria pero moderna. Esperaba que fuera más opulenta, en vista del vestíbulo, pero se sintió sorprendentemente cómoda con la relativa normalidad del ambiente. Las ventanas orientadas al sur ofrecían una impresionante vista de la ciudad, la vista más alta que había contemplado nunca.

—¿_______?

Una mujer apareció de la nada, dándole un susto de muerte.

—¡Me ha asustado! —jadeó, cuando pudo respirar de nuevo.

—Lo siento. No pretendía hacerlo —dijo la desconocida, con acento británico. Llevaba unos vaqueros blancos y un caftán turquesa. Tenía el pelo cobrizo recogido en un moño suelto y se adornaba con unas elegantes joyas de platino—. Soy Jess. Ignazio me ha pedido que viniera por si necesitabas ayuda.

—¿Tú... trabajas para él?

—He trabajado con él —aclaró Jess—. Soy estilista y maquilladora. Pero aquí he venido como un favor personal. Él ha pensado que podrías necesitarme.

______ asintió, como si todo aquello tuviera una absoluta lógica.

—La ropa de esta noche está en el dormitorio —le indicó Jess, señalando a la derecha—. Avísame si quieres algo. Y ponte todo lo que Ignazio ha dejado ahí para ti. Ha insistido mucho al respecto. Es muy detallista, como probablemente ya sepas.

No, no lo sabía, pero estaba empezando a hacerse una idea.3

Se dirigió al dormitorio. Había dos bolsas de papel y una funda de tela sobre la enorme cama. La funda tenía impresas las palabras Miu Miu. Una de las bolsas era rosa con un arco negro y en ella se leía: Agent Provocateur. La otra era naranja, de Prada. Conocía el nombre de Prada, pero no los otros dos.

Empezó por lo conocido y miró primero dentro de esa bolsa Prada, donde encontró tres cajas de zapatos. Abrió la primera y se encontró con unos zapatos de tacón cerrados, lo bastante conservadores como para que pudiera haberlos escogido ella misma. Sólo que los tacones medían diez centímetros y eran de metal. Parecían más una varilla o un clavo que parte de un zapato.

—Esto no es un zapato, es un instrumento de tortura —murmuró y lo dejó a un lado.

Abrió la segunda caja y encontró los mismos zapatos, pero medio número más grandes. En la tercera encontró lo mismo. Los primeros que había sacado eran de su número exacto. Eso la irritó más que sorprenderla.

Se volvió hacia la funda de tela, la sujetó por la percha, forrada de terciopelo, con una mano mientras bajaba la cremallera con la otra, preguntándose qué estaría haciendo Jess en la otra habitación y si estaría enfadada porque Ignazio le hubiera pedido que hiciera de canguro. Todo aquello era muy embarazoso.

Sacó la percha de la funda y descubrió un sencillo vestido negro sin mangas, pero de cuello alto, largo hasta la rodilla. Parecía algo que Audrey Hepburn podría haber llevado. Cualquier cosa que le recordara a la Hepburn —ya fuera Audrey o Katharine— le parecía bien. Ése había sido un avance positivo, después de los zapatos que podrían usarse perfectamente como arma blanca.

A continuación, cogió la bolsa rosa. Tuvo que rebuscar a través de montones de papel de seda de ese mismo color, para encontrar unos paquetes planos envueltos en papel negro. Con cuidado, desenvolvió el primero y descubrió un delicado sujetador de encaje negro. Era precioso, pero no tenía nada que ver con el sencillo sujetador de algodón de GAP que ella había usado toda su vida. De trabajado encaje y un sistema de diminutos y elaborados corchetes, la prenda no le pareció nada práctica. La dejó a un lado y desenvolvió el siguiente paquete. Encontró más encaje negro, pero la prenda le resultó inidentificable. Tenía la forma de un sujetador puesto del revés y de él colgaban cuatro cintas con enganches. Le resultaba tan desconcertante que lo volvió a meter en la bolsa. Por último, encontró unas medias negras, tan finas y sedosas que parecían unas alas de gasa.

La Bibliotecaria (con Ignazio Boschetto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora