Seguir tus ordenes?

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Ignazio tiró las llaves sobre una mesa de cristal y le cogió el paraguas de las manos.

A pesar de la implacable lluvia, ______ estaba totalmente seca, porque habían aparcado el coche en un garaje que daba directamente al edificio. Cogieron el ascensor hasta el último piso y la puerta se abrió directamente en un enorme apartamento que tenía unos ventanales que iban desde el suelo hasta el techo y desde los que se veía el río Hudson.

La amplitud del espacio bastó para dejarla anonadada, pero, además, el interior era asombroso, una espectacular mezcla de maderas y mármol oscuro. Las habitaciones no contaban con mucho mobiliario, pero los pocos muebles que había se adaptaban perfectamente, creando un efecto artístico. Las paredes blancas estaban llenas de fotografías en marcos negros.

—¿Qué es tan importante para que hayas tenido que traerme aquí, en medio de este diluvio? —preguntó.

—Dijiste que en el trabajo estabas incómoda. Así que aquí estamos. No más excusas —afirmó—. Tomaré una copa de vino. ¿Te apetece? —le preguntó, mientras se dirigía a la cocina de mármol negro.

—Vale —asintió nerviosa.

Se acercó a la primera pared de fotografías. Incluso desde cierta distancia, pudo ver que se trataba de fotografías de moda como las que había visto en la revista de Carly. Eran más refinadas que el crudo estilo que había usado para las instantáneas de Astrid Lindall, pero también en ésas reconoció a muchas modelos que había visto en las portadas de revistas, en grandes y resplandecientes fotos en los escaparates de la Quinta Avenida y en anuncios en los laterales de los autobuses.

Caminó despacio desde un extremo a otro de la pared, deteniéndose a cada paso para contemplar las imágenes. No entendía mucho de fotografía, pero se sintió atraída por ellas a un nivel visceral, del mismo modo que podría responder a una cierta canción determinada en la radio o a la gran página inicial de una novela.

—No te he traído para que veas ésas —dijo Ignazio, que de repente estaba detrás de ella.

_______ se sobresaltó levemente, pero se recompuso. Él le ofreció una copa de vino.

—¿Cuáles quieres que vea? —se interesó y bebió un sorbo.

—En la cena te dije que la fotografía de moda no es mi categoría favorita, ¿recuerdas?

—Sí —respondió.

Sintió que su cuerpo se pegaba al de ella, aunque sus brazos y sus manos no la tocaban. Eso fue suficiente para que el corazón empezara a la tirle con fuerza. Bebió otro sorbo de vino. Era suave y estaba fresco y tuvo que recordarse a sí misma que debía beberlo despacio.

—Sígueme —le indicó en voz baja.

La cogió de la mano libre y la guio hacia el fondo del apartamento. La sujetaba con firmeza y autoridad, algo que se notaba incluso en ese sencillo contacto. ________ deseó imponerse de algún modo, decir por ejemplo que no había terminado de mirar las fotografías en el salón. Aunque era consciente de que todas sus protestas serían en vano. Él sabía, y ella también, que desde el momento en que se había ido de su apartamento, estaba dispuesta a aceptar sus condiciones.

El salón de Ignazio describía un ángulo cerrado en el que las paredes se estrechaban para crear un largo pasillo. La guio por la semioscuridad él mismo hasta que le dio a un interruptor que iluminó el espacio y _______ se dio cuenta de que estaba rodeada de fotos en blanco y negro que ocupaban toda la pared, desde el suelo hasta el techo, todas de mujeres ligeras de ropa y extraordinariamente hermosas. Tenían los pechos descubiertos y algunas estaban completamente desnudas. Llevaban ligueros, zapatos de tacón, sencillos vestidos negros abiertos por delante. Su piel era como la nata fresca, algunas con tatuajes, otras intactas como un manto de nieve. Sus grandes ojos, muy maquillados —seductores, soñolientos, lascivos, enfadados—, le contaban un millar de historias.

La Bibliotecaria (con Ignazio Boschetto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora